LAS ARMAS DE LOS CONQUISTADORES (VI) - ARMAS DE ASTA

A pesar de que las armas de fuego, las espadas y las armaduras son, quizá, el icono más representativo de los conquistadores, al igual que en Europa y durante toda la Edad Media, las más humildes, baratas y numerosas armas de asta constituían el arma principal para el cuerpo a cuerpo de infantes y jinetes. Gracias a David Nievas vamos a pasar revista a las armas de asta castellanas durante la Conquista de América.


A diferencia de las espadas, que eran armas de último recurso y pensadas sobre todo para atacar a blancos con protecciones ligeras, las lanzas y armas de asta son capaces de penetrar armaduras y protecciones con relativa facilidad, asunto para el que fueron diseñadas y evolucionaron durante cientos de años en una carrera de armamentos (armadura contra arma capaz de penetrarla).
Las armas de asta se dividen en varias o familias, aunque comparten la característica de ser puntas más o menos elaboradas que se engarzan a un asta (palo) de longitud, tamaño y grosor variables (incluso con diferencias de grosor con adelgazamientos distales). Además, pueden presentar regatones (remates metálicos en el otro extremo del asta, a veces en forma de pequeña punta, para poder clavarse mejor en el suelo y que pueden usarse circunstancialmente para defenderse).
Al igual que el resto de las armas blancas, las armas de asta poseen "esgrima" o técnicas propias a nivel individual. A pesar de que pueden parecer aparatosas son, de hecho, muy ágiles en el manejo y versátiles tanto en el ataque como en la defensa (un contendiente que se enfrenta a un arma de asta con un arma más corta parte siempre con desventaja, ya que en el combate la distancia es fluida, y exceptuando un combate de formaciones, el lancero simplemente retrocede un par de pasos y sigue hostigando a su atacante con la punta).
Quizá lo más importante que pueda decirse sobre las armas de asta del periodo sea que las lanzas, o las picas, se usaron por parte de la infantería en formaciones cerradas y muy disciplinadas, que evolucionando en orden cerrado podían hacer frente a ataques de fuerzas enemigas desde varios frentes, realizar defensas firmes contra caballería e infantería, así como ataques a paso de carga. La profesionalidad de estos cuerpos de lanceros suponía una auténtica revolución militar que estaba cambiando la forma de hacer la guerra en la Europa contemporánea. Su impacto, por lo tanto, no puede ni debe soslayarse.
A pesar de que las diferentes familias de armas de asta se estaban especializando en diversos fines para el ataque o la defensa, en general se pueden clasificar en varios tipos o áreas:
  •               Armas de infantería de moharra simple: como lanzas o picas, aunque también incluyo chuzos, medias picas y cualesquier otro arma con punta lanceolada o puntiaguda sin petos adicionales.
  •           Armas de infantería con petos punzantes/aplastantes: como martillos de guerra, picos, martillos de lucerna, bec-de-corbin, partesanas, etc.
  •        Armas de infantería con petos cortantes/aplastantes/de gancho: como las alabardas, archas, bills, guisarmas, etc.
  •                Lanzas de caballería no arrojadizas: lanzas de torneo, lanzas de ristre, lanzas de rejoneo, lanzas convencionales, etc.
  •            Lanzas de caballería arrojadizas: como venablos.
Sin embargo, ésta clasificación se rompe en la medida que algunas de éstas armas se convierten en símbolos de rango, independientemente de su uso a pie o a caballo. Un ejemplo sería el de la lanza jineta (que se convierte en signo del capitán de infantería española, aunque la usa a pie) o el espontón (que se convertirá en signo de suboficialidad u oficialidad en otros ejércitos europeos).
Alabarderos en la toma de Orán, 1509.
Juan de Borgoña 1514
La alabarda se va ajustando a ésta definición, y aunque en éstas primeras décadas del siglo XVI todavía se utilizan por parte de soldados para complementar al cuadro de lanzas/picas, para proteger a los arcabuceros y ballesteros en formaciones abiertas, asaltos a la brecha o defensa de posiciones fijas, la alabarda se irá convirtiendo en el símbolo del rango de sargento (internacionalmente) y además en el símbolo de otros oficiales de los tercios españoles por añadidura (por ejemplo, el alférez lleva una alabarda cuando no porta la bandera).
A diferencia de sus homólogos en Italia, los conquistadores de México no utilizaron la pica como su arma principal. La lanza castellana, de unos dos metros de alto, se usaría por parte de la infantería de Cortés, a veces en conjunción con la rodela (se citan insistentemente los "infantes de lanza y rodela"). Las crónicas indican que en batalla campal, en campo abierto, éstos lanceros formaban el grueso de formaciones cerradas con las que los españoles protegían al resto de sus efectivos de las cargas a pie protagonizadas por los ejércitos mesoamericanos.
A pesar de que cronistas como Bernal Díaz del Castillo no citan mucha diversidad de armas de asta castellanas (más allá de la lanza) es de suponer que los soldados portarían armamento de éste tipo dada su abundancia en las armerías que suministraban éste tipo de manufacturas (en general su armamento puede trazarse como excedentes de guerras anteriores como la de Granada o la conquistas de Orán y Bujía).
Lanzas partesanas
Si se citan de modo independiente las partesanas, en éste caso formando una guardia personal en torno a Pánfilo de Narváez durante la Batalla de Cempoala. Éste arma, provista de dos petos punzantes laterales, era muy usada en el contexto italiano contemporáneo. Se podría teorizar que, ya que tenemos constancia de cierta cantidad de genoveses que desembarcan con Narváez, algunos de éstos formaran parte de ésta guardia personal de soldados con partesana.
A pesar de que la pica no se utilizó durante el primer año de la campaña cortesiana, si tenemos constancia que durante los preparativos de la marcha hacia Cempoala se encargan picas de cobre a los chinantecas, así como una fuerza entrenada de los mismos, ante la eventualidad de enfrentarse a los caballos de Narváez. Estas picas se utilizarán luego en operaciones puntuales, como asaltos a templos durante la campaña del sitio de Tenochtitlán, dada la ventaja que suponían para "despejar" las terrazas y escalinatas de sus defensores desde una distancia más prudente.

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