De
nuevo Juan Molina Fernández nos lleva a la época de los Tercios, esta vez para
descubrir cómo eran las armas de las milicias que junto a los soldados
profesionales formaban el Ejercito Real de la Monarquía Hispánica.
El
armamento de las milicias hispánicas en los siglos XVI y XVII es un tema que no
se suele tratar en profundidad, probablemente porque resulta más atrayente
tratar de los archiconocidos tercios u otras unidades profesionales. Sin
embargo, el armamento de las unidades de “tercera
línea” de la monarquía hispánica no está exento de interés y, en cierta
forma, muestra el espíritu de la población media y sus circunstancias.
Pero
primero definamos lo que es una milicia hispánica. Determinaremos aquí que una
milicia hispánica es cualquier unidad militar de carácter temporal (es decir,
sólo se invoca en tiempos de guerra, no es permanente) y semiprofesional que
puede realizar acciones de tipo militar y policial y cuyo rango de acción es
básicamente la península ibérica. Generalmente su calidad es enormemente
inferior al de una unidad profesional, al ser individuos no conocedores de la
guerra en general y que se entrenan en pocas ocasiones (si es que se llegan a
entrenar, en algunos casos)...
Dentro
de las milicias hispánicas podemos dividirlas en tres grandes grupos: las
milicias rurales, compuestas por hombres del campo armados generalmente con
armas improvisadas, las milicias urbanas, armadas con panoplias más “comunes”,
y las hermandades, milicias algo más profesionales, ya que tienen deberes
policiales allí donde se encuentran.
Yendo
ya más directamente a la panoplia propiamente dicha, las armas de las milicias
hispánicas tienen dos características principales: la primera, siempre son
armas de segunda fila, ya anticuadas, que los ejércitos profesionales han
desechado salvo en contadas excepciones. La segunda característica es que no
son armas en absoluto estandarizadas y una misma nomenclatura, en ocasiones, no
otorga verdadera información sobre ése arma. De tal forma, se utilizarán tanto
fuentes gráficas como escritas en este artículo.
Dentro
ya de las armas propias de las milicias, podemos hablar de tres subgrupos: las
armas personales, las armas “comunes” (fabricadas como instrumento de muerte
propiamente dicho) y las armas improvisadas, generalmente aperos de labranza
reconvertidos en armas (en ocasiones con sorprendentes buenos resultados).
Armas personales
En
cuanto a las armas personales, la reina indiscutible en todo el periodo fue la
espada, sea cual sea el tipo de hoja y guarnición. Las espadas, por lo general,
eran casi siempre armas personales, es decir, no se guardaban en un arsenal,
sino que cada miliciano aportaba la suya propia, si bien según se avanza en los
siglos XVI y XVII es cada vez más común que las ciudades tuvieran una cierta
cantidad de “espadas de guarnición” para armar a la población.
Durante
el siglo XVI, el acompañamiento más común a la espada es el broquel, pequeño
escudo, de no más de 30 cm de diámetro usualmente, no embrazado, y que se
utilizaba en el acompañamiento de ésta. Estos broqueles estaban fabricados o
bien enteramente de acero, o bien únicamente su umbo de acero mientras el
cuerpo del mismo estaba fabricado en corcho, posiblemente con los bordes
tachonados de cuero fuerte o na lámina de acero, pero esto es sólo una suposición
del autor. Los broqueles fueron el arma de acompañamiento más común hasta bien
entrado el siglo XVII, donde la daga de mano izquierda comenzó a utilizarse
prominentemente. La daga de mano izquierda convivió con el broquel durante todo
el periodo, sin embargo, en España, a pesar de lo transmitido por los medios de
comunicación, fue más común durante todo el siglo XVI el broquel, como así lo
atestiguan fuentes de la época en imágenes y textos, como Cervantes en su
Novela Ejemplar de La Señora Cornelia:
“Oyendo y viendo lo cual don Juan,
llevado de su valeroso corazón, en dos brincos se puso al lado, y, metiendo
mano a la espada y a un broquel que
llevaba, dijo al que defendía, en lengua italiana, por no ser conocido por
español:
-No temáis, que socorro os ha
venido que no os faltará hasta perder la vida; menead los puños, que traidores
pueden poco, aunque sean muchos.”
Asimismo,
en los tratados de esgrima españoles del siglo XVII, cuando se relata una
técnica a daga, suele apostillarse que la misma técnica se realiza también con
broquel, ya que éste se utiliza de manera enormemente similar a la daga de mano
izquierda.
Tanto
el broquel como la daga de mano izquierda son, como la espada, armas personales
y por tanto cada miliciano debería proporcionarse a sí mismo uno de estos
elementos.
Dentro
de las espadas, a pesar de la enorme
variedad que podemos encontrar en esta época, cabe destacar el terciado y el
alfanje, armas parecidas y en ocasiones sinónimas. El terciado no es ni más ni
menos que una espada corta, típica de cierto tipo de soldados, pero también del
pueblo llano. Esto era así porque sólo los hidalgos, nobles y miembros de los
gremios podían portar espadas, pero el concepto de espada venía dado por las
medidas reglamentarias de la hoja. Legalmente, en los siglos XVI y XVII, un
terciado no era una espada, sino “un cuchillo largo” y por tanto, portable por
personas de origen humilde. Así pues, cualquier espada corta era llamada
“terciado”. Sin embargo, existía un tipo de terciado, el alfanje, cuyo origen
en España podemos verlo en el bracamarte medieval, que se caracterizaba por
tener un solo filo (el terciado propiamente dicho tenía dos filos por lo
general, pero esto no se cumplía siempre, así terciado y alfanje solían
utilizarse como sinónimos) y que en su época tuvo una amplia aceptación,
incluso por soldados. No debemos confundir el alfanje (corto), de uso
generalizado por Europa y el Mediterráneo musulmán, con la cimitarra (larga),
sable largo de un solo filo utilizado por los turcos. Existieron también,
obviamente, variantes del alfanje del mundo musulmán, tanto que de hecho en su
época se caracterizaba al soldado musulmán portando uno. El más utilizado fue
posiblemente el yatagán por parte de los soldados turcos, pero habría otras
variantes.
El concepto de armas
personales puede ser en origen confuso, ya que en muchos
casos (si no todos), se obligaba a las milicias a pagar de su bolsillo el armamento
que se estipulaba en las ordenanzas. La diferencia radica, más que en la
posesión del arma, en cuándo estaban permitidos a usar ése arma. Cualquier
hidalgo o noble, soldado, miembro de una hermandad o miembro de un gremio podía
portar espada por la calle sin problemas. Sin embargo, portar un arma “de
guerra”, como una escopeta, una ballesta o un dardo no estaba permitido a menos
que la situación lo requiriese (básicamente estado de emergencia o guerra, o
bien una patrulla o guardia a tal efecto).
Así
pues, la mayor parte del armamento de las milicias lo guardaban los propios
milicianos en sus casas, si bien es cierto que paulatinamente se van creando
arsenales en las grandes ciudades, especialmente en el siglo XVII con la
creación de los tercios provinciales que vinieron a sustituir a las
tradicionales milicias.
Armas “comunes”
En
el concepto armas “comunes” introduciremos todas las armas específicamente
diseñadas para la guerra y que no son improvisaciones ni armas personales. En
la península ibérica, durante todo el siglo XVI se tiende a mantener en las
milicias el armamento típico del siglo
XV, si bien actualizado en cierta medida a los tiempos. En muchos casos, el
armamento de los milicianos era heredado de sus padres, ya que, estando
funcional, no se cambiaban las necesidades de la milicia.
En
el alarde Álava de 1552(agradecimientos a recreoanacronista por publicarlo) podemos ver cuál eran las exigencias en armamento de una milicia urbana típica
española, que tenían obligación de portar una u otra arma según su riqueza. Aunque
las exigencias que se conservan parecen ser medievales, aún se mantenían gran
parte de las armas de este periodo ya que, como hemos explicado antes, parece
ser que no se vio necesario mejorar o actualizar el armamento. Las armas que se
contaron en el alarde fueron:
“Ballestas: 25,
carcaj: 1, espadas: 98, puñales: 10, coseletes: 3 y medio, picas: 26, porqueras
(chuzos): 24, lanzas: 14, jinetas: 26, terciados (llamados por el autor
original del estudio machetes): 9, dagas: 1, dardos: 9, morriones: 3”
Destaca pues, en este
alarde, que pese a estar en 1552 no vemos una sola arma de fuego y sí gran
cantidad de ballestas. Las razones más probables son que las armas de fuego
eran caras, por un lado, y que muchos heredaban las armas de sus antepasados y
como con ellas cumplían sus obligaciones, no se molestaban en comprar armas
nuevas y muy caras.
Esto
no significa que las milicias no usaran
armas de fuego. Tenemos evidencias del uso generalizado de escopetas (más
antiguas y de menor calibre que el entonces moderno arcabuz) durante todo el
siglo XVI en las milicias y hermandades (especialmente estas últimas, donde en
cada cuadrilla había al menos dos escopetas). Un pasaje, precisamente, de El
Quijote, de Cervantes, es esclarecedor sobre las armas de un grupo de guardias
de galeotes (posiblemente sacados de las filas de las hermandades):
“Cuenta
Cide Hamete Ben-Engeli autor arábigo y manchego, en esta gravísima,
altisonante, mínima, dulce e imaginada historia, que después que entre el
famoso Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza su escudero pasaron aquellas
razones que en fin del capítulo veintiuno quedan referidas, que Don Quijote
alzó los ojos y vio que por el camino que llevaban venían hasta doce hombres a
pie ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y
todos con esposas a las manos. Venían asimismo con ellos dos hombres de a
caballo y dos de a pie; los de a caballo con escopetas de rueda, y los de a pie
con dardos y espadas, y que así como Sancho Panza los vio dijo: Esta es cadena
de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.”
Es
clarificador que los que llevan escopeta vayan a caballo. Esto puede indicar
que sólo los milicianos de cierta capacidad económica (dueños de caballos)
podían permitirse asimismo armas de fuego en esa época (principios del siglo
XVII). Otra razón puede ser la rueda. Es decir, el hecho de no necesitar la
mecha resulta útil para trabajos como guardias, escoltas o patrullas, mientras
que los que van a pie tienen en más útil los dardos al ser un arma que no
necesita de munición. Resulta interesante asimismo la pervivencia del dardo en
tiempos tan tardíos como el siglo XVII. En el tema de las armas de fuego,
parece ser que la más común en cualquier milicia (ya sea de las hermandades o
milicias urbanas) era la escopeta, de menor calibre que el arcabuz, y
considerada ya anticuada en los campos de batalla en los años 30 del siglo XVI.
Se mantuvieron en las milicias posiblemente por tres razones, porque en muchos
casos habían sido heredadas, porque un mayor calibre no era necesario en la
península y, principalmente, por su menor precio. Posiblemente el arcabuz y el
mosquete comenzaron a ser armas comunes en milicias en las primeras décadas del
siglo XVII.
Como
muestra de la escasez de armas de fuego en la milicia, podemos ver un caso
paradigmático en el ataque holandés a la isla de Gran Canaria en 1599, donde
los defensores canarios portaban principalmente armas de asta como picas y
diversos tipos de lanzas y alabardas, y armas improvisadas como leños, estando
las armas de fuego contadas, obligando a los isleños a realizar emboscadas a
corta distancia de los holandeses. Finalmente, los holandeses fueron rechazados
a pesar de no contar los canarios con potencia de fuego.
Volviendo
al alarde de Álava de 1552 describiremos algunas de las armas que aparecen
allí. En primer lugar nos encontramos con la ballesta. No podemos saber la
potencia de las mismas ya que no distingue entre ballestas de palo (llamadas
así por tener el arco de madera), de hierro (con el arco de hierro aunque su
cuerpo seguía siendo de madera) y arbalistas (ballestas de hierro de gran
potencia que debían ser cargadas con un armatoste o un cranequín y
perfectamente capaces de atravesar un arnés blanco de lado a lado), pero
podemos suponer sin errar que las gran mayoría eran ballestas ligeras, sin
excesiva potencia, de recarga rápida con pata de cabra, ya que en un escenario
como el peninsular, donde la mayor parte de los probables enemigos (bandoleros,
quizás piratas) no llevan armadura, no es necesario armas de gran potencia.
Resulta
interesante la división entre puñales y dagas y que sólo haya una daga y diez
puñales. Probablemente la terminología “puñales” se aplique a dagas de corta
longitud.
Podemos
suponer asimismo que los propietarios de los coseletes eran los propietarios
también de los morriones. Seguramente aquellos propietarios de armaduras eran
antiguos soldados veteranos que ya se habían retirado. Esto concuerda con la
mayoría de representaciones de milicianos que aparecen sin armadura alguna.
Aparecen
en el inventario veintiséis picas. No podemos saber si se trata de medias picas
(2,5-3 metros) o picas completas (3,5-4 metros) porque no lo especifica.
Posiblemente habría de ambas con una mayor proporción de medias picas. Sobre
las picas, se puede encontrar más información en un artículo anterior de este
mismo blog.
Tenemos
además veinticuatro porqueras, que también recibían el nombre de chuzos. Un
chuzo no es más que un arma enastada de poca longitud (entre 1,5 y 1,70 metros)
de mala calidad generalmente y cuya moharra es de punzón, sin filo por lo
general (aunque no siempre). Era un arma muy utilizada por guardias, milicias e
infantería de marina. En los tercios solían portar un chuzo aquellos soldados
que realizaban reconocimientos nocturnos, de tal forma que si eran atacados
podían defenderse con él cuerpo a cuerpo, o bien podían lanzarlo al adversario
y correr, ya que en origen era un tipo de lanza arrojadiza y parece ser que
tenía un equilibrio aceptable por su corta longitud. A ser barato, la pérdida
de un chuzo no suponía ningún problema en los ejércitos profesionales. Su
precio hace que en las milicias este arma sea muy frecuente.
Encontramos
catorce lanzas. Posiblemente la mayoría de ellas serían una enastada de entre
1,70 y 2,10 metros con una moharra simple de hoja con filo. Sin embargo, en
muchas ocasiones la denominación “lanza” encerraba otras armas, como archas,
roncas o bisarmas, partesanas, venablos, gujas, etc. Posiblemente, en este caso
“lanza” denomina a una enastada, sea cual sea su moharra, mayor de 1,70 metros
e inferior de tamaño a una pica.
Aparecen
también veintiséis lanzas ginetas o jinetas, lo que es clarificador de que
existían milicias a caballo. Las ginetas son un tipo de lanza específica para
ser usada por la caballería ligera desde la Edad Media. Medía aproximadamente
dos metros y generalmente se usaba a caballo junto a una adarga (escudo de
cuero con forma de doble oreja). Generalmente su hoja tenía forma ahojada.
Existía otra lanza gineta, que era usada como símbolo de rango por los
capitanes de los tercios. Como es improbable que hubiera veintiséis capitanes
en tan poca tropa, podemos deducir que eran lanzas utilizadas por milicias a
caballo.
Finalmente
cabe destacar la tenencia de nueve dardos, arma que, como hemos dicho más
arriba perviviría hasta bien entrado el siglo XVII. El dardo no es más que una
lanza corta (entre 1,50 y 1,60 metros de largo) y muy fina (menos de 3 cm de
diámetro en su lado más grueso) diseñada principalmente como arma arrojadiza,
aunque aún lo bastante recia para poder ser usada en cuerpo a cuerpo. Solían
tener, aunque no siempre, una moharra con una hoja de plano romboidal y con
filo. Para dar equilibrio en el lanzamiento, la contera solía ser significativamente
más ancha que la punta del asta, para así compensar el peso de la moharra y
poder ser sujetada por la mitad del asta. En ocasiones aparecen dardos
emplumados como flechas, para dar más estabilidad en el vuelo para lanzamientos
a larga distancia. A veces se puede confundir el dardo con un chuzo, sin
embargo, un dardo es un arma que lleva una elaboración mucho más cuidadosa y,
por tanto, es más cara. Generalmente el dardo se acompañaba de una lanza,
aunque en ocasiones se llevaba de forma única, como en el caso de los guardias
de galeotes en El Quijote.
Era
muy común para los milicianos lanceros del siglo XVI portar alguna clase de
escudo, salvo que su arma enastada necesitara de las dos manos (caso de las
alabardas, gujas, bisarmas o archas). El escudo utilizado con más frecuencia en
las primeras dos décadas era el medio pavés (a partir de la segunda mitad del
siglo XVI llamado tablachina), que era un escudo de madera más o menos
rectangular (con frecuencia trapezoidal) y de un metro de largo por lo general.
Todavía se usaba mucho el pavés completo en esas primeras décadas. Una de las
tablachinas más famosas son las de las milicias canarias en el siglo XVI,
fabricadas de madera de drago, al ser muy resistente esta madera, que muy
posiblemente serían capaces de soportar disparos de arcabuz y se utilizó al
menos hasta principios del siglo XVII. El pavés era otro escudo muy utilizado
en las milicias de los primeros años. Era un escudo rectangular o trapezoidal
que cubría del hombro a la rodilla al menos, pero podía ser más grande. El
pavés fue el escudo más común de infantería en el siglo XV, pero se fue
volviendo cada vez más raro en el siglo XVI. Para más información, consultar el
artículo sobre los empavesados en el blog Bellumartis. La adarga también fue un
escudo muy utilizado, especialmente por la caballería. Este escudo, de origen
andalusí, estaba formado por dos orejones de cuero con una sorprendente
resistencia. Pervivió hasta finales del siglo XVII, debido a los habituales
juegos de cañas, donde cada contendiente portaba una jabalina y una adarga.
Sin
embargo, el escudo más profundamente utilizado a partir de los años treinta del
siglo XVI es la rodela metálica. El uso de la rodela, posiblemente originado en
Italia, se extendió en la península con los soldados de los tercios y pronto se
popularizó al ser un escudo sencillo de manejar y muy resistente, que a pesar
de su pequeño tamaño comparado con las tablachinas y paveses, cubría muy bien
todo el tronco en los combates. Aunque en los tercios era común el uso de
pesadas rodelas a prueba de arcabuz y mosquete, es probable que las milicias
utilizaran rodelas menos fuertes y más simples.
Cabe
destacar el uso que en las milicias se dio al montante, el gran espadón a dos
manos que medía entre 1,70 y 2 metros de longitud, donde en ocasiones hasta un
tercio de su longitud total era el mango. Su uso dentro de las milicias se
resume en el apodo que solían recibir por parte de las milicias alemanas, “limpiacallejones”. Esto se debe a que su
gran longitud permitía ocupar una gran zona de espacio en un solo tajo y por lo
tanto obligar a los adversarios a retroceder. Fueron muy usados por las
milicias urbanas para dispersar tumultos y en caso de asalto contra la ciudad,
permitían mantener calles estrechas con un solo hombre, a menos que se
utilizasen armas de fuego contra el montantero. Su uso exigía una gran destreza
y el aprendizaje en una sala de armas, con lo cual era un arma rara en una
milicia común. En algunas ilustraciones, sin embargo, se aprecian montantes
portados por miembros de una milicia que hacen de capitanes, posiblemente no
sólo debido a su habilidad, sino que los montanteros con toda probabilidad eran
soldados veteranos ya retirados y por tanto tenían conocimientos suficientes
para mandar un escuadrón. También cabe recordar que en los siglos XVI y XVII el
montante era el símbolo de los maestros de armas en España, con lo que un
maestro de armas que fuera llamado en una milicia, con toda probabilidad
portaría un montante.
La guerra de las
Alpujarras supuso un serio debacle al sistema de milicias hasta entonces
existente en la Península. Las milicias, organizadas como
las medievales cabalgadas, aunque causaron daños a los moriscos rebeldes,
también eran incontroladas, y su organización se demostró ineficaz e
ineficiente, siendo necesario que el rey Felipe II llamara a los tercios de
Italia y a regimientos de lansquenetes para poder poner fin al alzamiento
musulmán.
Tras
el fin de la Guerra de las Alpujarras y coincidiendo con los albores del siglo
XVII, se produjo una modernización
progresiva de las milicias urbanas, donde cada vez fue más común encontrar
picas, arcabuces y mosquetes, y buscando copiar el sistema de los militares
profesionales, poco a poco eliminando armas y tácticas tradicionales. Aunque,
obviamente, la modernización de las milicias siempre estuvo por detrás de lo
requerido por motivos fundamentalmente económicos y siempre hubo una gran
proporción de armas obsoletas o improvisadas (al menos hasta la creación de los
tercios provinciales en la segunda mitad del siglo XVII y, con ello, la
desaparición de las milicias tradicionales propiamente dichas). Los tercios
provinciales se estructuraban igual que cualquier otro tercio, basando su
armamento en las armas de fuego y las picas, sin concesiones a otras armas o
tácticas.
Cabe
destacar que las hermandades usualmente estaban mucho mejor equipadas, aunque
como su equipamiento estaba pagado por el concejo de cada localidad, dependía
de la misma. Así, podemos encontrar hermandades equipadas con buenas picas,
arcabuces y escopetas ya a mediados del siglo XVI, mientras que otras mantienen
un equipamiento similar a las milicias urbanas, con una gran prominencia de
dardos y ballestas.
Armas improvisadas
Las
armas improvisadas son, como hemos dicho más arriba, las armas por antonomasia
de las milicias rurales, que no solían tener dinero para pagarse “armas
auténticas”. Igualmente, muchas de estas armas demostraban tener utilidad,
aunque por lo general eran mucho menos letales que otras.
En
España hay muchas referencias a ”leños”, “hachas”, “hoces” y demás, que serían
probablemente muy utilizadas por campesinos. Aunque en las historias no se les
da gran importancia, conocemos su uso en algunos hechos de armas, como en la
anteriormente citada invasión holandesa de Gran Canaria, donde se afirma que
algunos milicianos portaban “leños”. Curiosamente es un arma (un simple tronco)
que aparece en algunos tratados de esgrima, especialmente alemanes, afirmándose
que es un arma más efectiva que lo que aparenta. Un buen leño para combatir
debía ser lo bastante pesado para causar daño, pero lo bastante ligero y fino
para poder ser agarrado.
Sin
embargo, las armas más interesantes suelen ser las armas fabricadas a partir de
instrumentos agrícolas. En España no se encuentras demasiadas fuentes a estas
armas, pero es muy posible que existieran. En otras naciones, como Alemania e
Italia sí hay gran cantidad de fuentes sobre herramientas del campo
reconvertidas a armas.
Algunos
casos muy concretos son la guadaña, el mayal y la horca. A la guadaña solía
añadírsele una punta para actuar de lanza o bien se ponía en vertical. Al mayal
se le añadían púas en su cabeza de madera o bien se sustituía por otra
metálica, en muchos casos también con púas. A la horca, se dejaban rectas sus
dos puntas y se añadían ganchos en sus lados para intentar desmontar jinetes.
Entre
las armas de milicias pobres (y en algunas versiones del arma, no tan pobres),
debe destacarse, aunque no hay constancia de su uso en España, sino en
Centroeuropa, el hisopo, llamado así por su parecido a la herramienta
sacerdotal del mismo nombre. El hisopo no es más que un leño bien trabajado de
entre 1,50 y 1,70 metros, de uso a dos manos, al que se le han añadido púas y refuerzos
metálicos para usarse a modo de gran porra. Fue muy popular en territorio
germanohablante, los Países Bajos (incluyendo territorios españoles) e
Inglaterra.
Agradecimientos a Marianne y a Michael por la ayuda prestada para realizar este artículo.
“Armas del pueblo: panoplia de las milicias
hispánicas durante los siglos XVI y XVII” Juan Molina Fernández– Bellumartis Historia
Militar
Muy interesante el artículo. Para mi trabajo de final de Master investigué los tercios provinciales de Catalunya en la guerra contra Francia después de 1652. En la documentación de la época destaca la falta de armamento de la ciudad de Barcelona y el requerimiento de las autoridades para que los hombres que deseen alistarse en estos tercios de la ciudad lleven consigo un arma. Se estipula un precio por cada tipo de arma. Como curiosidad decir que en la misma documentación se estipula que el arma que se entregue deberá pasar el control de un oficial que dará el visto bueno a esta. Así se evitaba la picaresca de armas no funcionales, en mal estado o muy anticuadas.
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado. Y los datos que comentas son muy interesantes, de hecho cosas similares me comentó un amigo sobre las milicias medievales.
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