EL HUEY TZOMPANTLI Y LOS ANDAMIOS DE CRÁNEOS MESOAMERICANOS PREHISPÁNICOS

Hoy Jorge Álvarez nos lleva al Tenochtitlán para conocer la historia de un macabro monumento que solo se entiende dentro de la visión de la guerra y de la muerte en la religión azteca. (Nota BHM: para saber el sentido de la guerra en la mentalidad Mesoamérica antes de la llegada de los conquistadores). 


 Estaban frontero de esta torre sesenta o setenta vigas muy altas hincada desviadas de la torre cuanto un tiro de ballesta, puestas sobre un teatro grande, hecho de cal e piedra, e por las gradas dél muchas cabezas de muertos pegadas con cal, e los dientes hacia fuera. Estaba de un cabo e otro destas vigas dos torres hechas de cal e de cabezas de muertos, sin otra alguna piedra, e los dientes hacia fuera, en lo que se pudie parecer, e las vigas apartadas una de otra poco menos que una vara de medir, e desde lo alto dellos fasta abajo puestos palos cuan espesos cabien, e en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes en el dicho polo; e quien esto escribe, y un Gonzalo de Umbría, contaron los polos que habie, e multiplicando a cinco cabezas cada palo de los que entre viga y viga estaban, como dicho he, hallamos haber ciento treinta y seis mil cabezas, sin las de las torres”.
Este fragmento corresponde a la Relación de algunas cosas de las que acaecieron al Muy Ilustre Señor Don Hernando Cortés, Marqués del Valle, desde que se determinó ir a descubrir tierra en la Tierra Firme del Mar Océano que firmó Andrés de Tapia, capitán del ejército y mayordomo de palacio de Hernán Cortés; uno de sus hombres de confianza, pues, a quien acompañó no sólo en la conquista de México sino también en las expediciones posteriores a California e incluso en la que organizó Carlos V contra Argel.
Andrés de Tapia
El relato de Tapia, junto con la información suministrada por el propio Cortés, sirvió de base para las obras de otros cronistas como López de Gómara (Crónica de la conquista de Nueva España), Cervantes de Salazar (Crónica de la Nueva España, su descripción, la calidad y temple della, la propiedad y naturaleza de los indios), Fray Toribio de Benavente Motolinía (Historia de los indios de la Nueva España) y el mismo Bernal Díaz del Castillo (Historia verdadera de la conquista de Nueva España), aunque este último se despega del tono hagiográfico de los otros.
El caso es que la Relación de Tapia es interesante -pese a la dificultad de su sintaxis- porque, frente a otras obras, se centra especialmente en la etapa anterior al prendimiento de la mecha que supuso la matanza del Toxcátl por Pedro de Alvarado, cuando Cortés estaba ausente de Tenochtitlán combatiendo a Pánfilo de Narváez. Eso proporciona información sobre la campaña y, de manera especial, una descripción de la ciudad que resulta curioso confrontar con la que hacen los otros cronistas. En ella encontramos esa gráfica reseña del tzompantli, mucho más detallada que la de Gómara, por ejemplo, que al fin y al cabo se basaba en el texto anterior porque él nunca llegó a pisar el Nuevo Mundo y sólo era el confesor y cronista personal de Cortés:
Fuera del templo, y enfrente de la puerta principal, aunque a más de un tiro de piedra, estaba un osario de cabezas de hombres presos en guerra y sacrificados a cuchillo, el cual era a manera de teatro más largo que ancho, de cal y canto con sus gradas, en que estaban ingeridas entre piedra y piedra calaveras con los dientes hacia fuera”.
PORTADA DE LA CRÓNICA DE LA NUEVA ESPAÑA,
DE LÓPEZ DE GÓMARA, 1554
La versión de Motolinía es tan parecida a la de Tapia que la influencia resulta evidente:
"Las cabezas de los sacrificados, en especial los tomados en guerras desollabanlos y dacabanlos para guardar.de estas había muchas (cabezas), ....las calaveras ponían en unos palos que tenían levantados a uno al lado de los templos del demonio (sic), levantaban 15 o 20 palos de largo de cuatro o cinco brazas fue ra de tierra entraba mas de una braza que eran unas vigas rollizas de unas a otras separadas como seis pies y todas puestas en hileras..... Y tomaban las cabezas horadadas por las sienes y hacían unos sartales (ojo), de ellas en otros palos delgados pequeños y ponían palos pequeños en los agujeros que estaban hechos de de las vigas que dije que tenían quinientas o seiscientos cráneos".
Por su parte, Bernal Díaz, que se explaya en la narración de Tenochtitlán, es más parco cuando habla del tzompantli:
Y luego junto de aquel cu estaba otro lleno de calavernas e zancarrones, puestos con gran concierto, que se podían ver más no se podrían contar, porque eran muchas, y las calaveras por sí y los zancarrones en otros rimeros”.
PORTADA DE LA PRIMERA EDICIÓN DE LA HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE NUEVA ESPAÑA, DE BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO. 1632
Asimismo, el Mapa de Cortés de 1524, usado por un grabador para ilustrar la primera edición en latín de la segunda Carta de Relación, muestra el recinto sagrado de Tenochtitlán y, entre las estructuras, un hombre decapitado con la leyenda capita sacrificatorum y templum ubi sacrificant (“cabezas de los sacrificados” y “templo donde sacrifican” respectivamente). Aparecen dos tzompantlis sobre cuyas plataformas hay andamiajes sosteniendo en uno 12 cabezas y en el otro una veintena. En general los códices suelen mostrar sólo un par de postes con uno o dos cráneos pero se cree que sólo era un recurso estilístico, una forma de sintetizar.

El registro arqueológico
Todos estos documentos están hablando, como vemos, del Huey Tzomplanti, una plataforma de piedra situada enfrente del Templo Mayor (donde, junto a la de Tláloc, estaba la capilla del dios Huitzilopochtli) y rodeada de otros lugares de culto que se reunían en el recinto sagrado, superficie más o menos coincidente con el actual Zócalo de México DF. El término tzompantli se ha traducido de varias formas: la literal es hilera de cráneos (de las palabras nahuas tzontli y pantli, cráneos e hileras respectivamente) pero también se usa a a veces andamio de cráneos, altar de calaveras y variaciones por el estilo. Todas, eso sí, resultan gráficas en cuanto a definir los elementos que lo componían: una plataforma rectangular, de piedra recubierta de estuco, sobre la que se sucedían varias filas de postes de madera enlazados entre sí por listones del mismo material en los que se ensartaban cráneos en grupos de cinco.
EL RECINTO SAGRADO DE TENOCHTITLÁN. LA ESTRUCTURA DE LA DERECHA,
AL FONDO, ES EL TZOMPANTLI
Ese conjunto se completaba con dos torres hechas de calaveras que durante mucho tiempo trajeron de cabeza a los investigadores, ya que los tzomplantis conservados e incluso los dibujados en los códices no las mostraban. Fue la arqueología la que solventó el misterio hace poco, a raíz de las excavaciones llevadas a cabo en 2016 como continuación de las que han ocupado tres décadas -desde 1991- en el entorno del Templo Mayor, y que permitieron sacar a la luz 170 cráneos durante unos trabajos en un inmueble del número 24 de la calle República de Guatemala. Formaban una estructura de 35 metros de longitud por 12 de anchura que llegaba hasta el sagrario de la Catedral y en la que se apreciaban claramente orificios circulares de 25 a 30 centímetros de diámetro, separados entre sí por otros 80 centímetros, donde se anclaban los postes que sostenían los listones. Pero la gran novedad estaba en que por fin aparecían cráneos apilados con argamasa formando torreones circulares, tal como describía Tapia. En su primera fase constructiva esas torres alcanzaban 1,60 metros de alto por 3,60 de diámetro pero éste se aumentó luego a 4,70 metros (también crecería en altura, por lógica, aunque los arqueólogos no la especifican).
El número de cabezas hallado es relativamente bajo porque únicamente se han excavado tres filas en profundidad, extrayéndose unos 445 cráneos; pero los trabajos no han terminado -la labor arqueológica siempre es lenta por su minuciosidad- y los expertos calculan que, según las medidas del sitio, habría unos 10.000. Cifra importante, aunque muy alejada de las cuentas de Andrés de Tapia, que de ser ciertas arrojarían un Huey Tzompantli de mayor longitud que la base del Templo Mayor (algo imposible en el espacio disponible y, como ya hemos visto, la arqueología lo desmiente), pero superior a los 500 o 1.000 que decía Motolinía. Diego Durán y José de Acosta hablan de una veintena por cada poste sin establecer un cómputo total y Hernando de Alvarado Tezozómoc (historiador tenochca sobrino nieto de Moctezuma y gobernador de México) reseña unos 62.000.
RECONSTRUCCIÓN DEL TZOMPANTLI EXCAVADO POR LOS ARQUEÓLOGOS,
 SEGÚN  NATIONAL GEOGRAPHIC
Más sorprendente fue, para muchos, descubrir que esos cráneos no eran exclusivamente de hombres sino que buena parte correspondía a mujeres y había un porcentaje bastante significativo de niños, a los que se consideraba especialmente adecuados para el papel de ixiptlas (aquellos designados, también adultos, para mantener la relación entre el mundo humano y el divino, bien con su simple presencia, bien a través de determinados ritos -como vestirse con la piel desollada de un humano para emular a Xipe Tótec-, bien mediante el sacrificio de su vida).
En cualquier caso, el análisis antropométrico de esos cráneos revela que el tlacamictiliztli o sacrificio ritual no se limitaba a los prisioneros de guerra (Nota BHM: “Las guerras floridas”) y perdedores del juego de pelota (no los ganadores, como se creía antes) y es probable que entre ellos aparezcan algún día los de los soldados españoles que salieron de Tenochtitlán la Noche Triste formando la retaguardia y que, al cortarse la columna sobre la calzada de Tacuba, tuvieron que regresar y atrincherarse en el palacio de Axayacátl hasta caer finalmente y acabar inmolados. También -y esto sería especialmente curioso- los de algunos de sus caballos, pues Bernal da fe de que sus cabezas fueron colocadas en el tzompantli incluso sin descarnar, curiosamente en un nivel inferior a las de los indios quienes, a su vez, quedaban por debajo de las de los españoles. El Códice Florentino lo corrobora.
EL TZOMPANTLI DEL TEMPLO MAYOR SEGÚN EL CÓDICE RAMÍREZ

Antropología
Pero llevamos un rato hablando de lo que gira en torno al tzompantli sin entrar en lo que era y significaba. Y es importante porque hay bastante confusión al respecto, derivada tanto de su aspecto sobrecogedor como de la función que le atribuyeron los españoles. Éstos, durante la reconstrucción de Tenochtitlán tras la conquista, eligieron su ubicación para situar la picota y el cadalso, en una interpretación ligada a un carácter punitivo y de muerte. Así lo expresaron Toribio de Benavente, Pedro Martir de Anglería y Alonso de Zorita, por ejemplo, de forma errónea (pero lógica por otra parte), ya que su sentido no era ése exactamente.
Las religiones mesoamericanas partían de un pacto entre los dioses y la sociedad humana para mantener el orden cósmico: los primeros proporcionaban lo que el Hombre necesita (luz, agua…) y a cambio eran alimentados; en esencia, un concepto similar al origen de la monarquía en los primeros imperios agrarios. El pago se hacía con carne y sangre, no sólo en sacrificios públicos sino también en automortificaciones que mantenían cierto parecido con las disciplinas cristianas. Para los indígenas prehispanos, los despojos humanos -corazones, cabezas, sangre y demás- poseían poderes mágicos y religiosos, de ahí que no sólo los hubiera en el teocalli y el tzompantli: los patios de las viviendas también solían albergar huesos. Pero es que la cabeza era especial porque allí residía una de las tres almas humanas, el tonalli, fijada gracias al pelo; sujetar al adversario por su cabellera (algo habitual en la iconografía artística mesoamericana), conservar ésta tras su muerte y exhibir las cabezas de los guerreros enemigos tras sacrificarlos eran formas de quedarse con su tonalli, asumiendo así su fuerza y valor.
GUERRERO AZTECA SUJETANDO A UN PRISIONERO POR EL PELO
En realidad, el Huey Tzompantli no fue el primero de la capital mexica. Hay referencias a uno primigenio construido cuando, según su mitología fundacional, los aztecas se asentaron en Coatepec y levantaron un templo a Huitzilopóchtli y un tachtli, siendo el primer cráneo el de Coyolxauhqui, a la que el citado dios (¿basado en un personaje real?) ejecutó por querer asentarse en aquel cerro. Luego erigirían otro tzompantli en Atenco clavando el cráneo de un gobernante local derrotado, Tlahuizcalpotonqui, en un enrejado de madera que ya prefiguraba el aspecto que adquiriría; otra versión dice que era la cabeza de un prisionero chichimeca. El caso es que aquel sacrificio originó que se cambiara de nombre al lugar, pasando a llamarse Tzompanco, es decir, Lugar del Tzompantli; sería el actual Zumpango.
Esta historia y su continuación hasta el asentamiento definitivo en el islote del lago Texcoco está relatada en seis códices (Azcatitlán, Mexicanus, Boturini, Aubin, Telleriano y Vaticano) más el Mapa de Sigüenza, representando al tzompantli de manera muy parecida en todos: una plataforma con escalinata central y dos postes que sostienen un listón horizontal con un par de cráneos atravesados, a veces con una banderola.
Evidentemente, las ilustraciones no reflejan la cantidad real de ellos sino únicamente una representación sintética. Sería interesante, por cierto, saber cuántos cráneos llegaron a pasar por las vigas del Huey Tzompantli, ya que, salvo los de las torres, se renovaban periódicamente y algunos eran retirados por los sacerdotes para llevar a cabo otros ritos. Es lo que atestigua Fray Diego Durán, un dominico que escribió Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme (más conocida quizá como Códice Durán) con la novedad de que no se limitó a copiar de autores anteriores sino que usó fuentes orales y documentales indígenas, en la línea de Bernardino de Sahagún. Dice Durán:
Cuando la palizada se envejecía la tornaban a renovar y que al quitar se quebraban muchas y otras quitaban para que cupiese más y para que hubiese lugar para los que adelante habrían de matar”.
SACRIFICIO HUMANO MEXICA (CÓDICE MAGLIABECHIANO)
Según explica Motolinía, tras cada sacrificio se arrojaba a la víctima escaleras abajo del teocalli y se decapitaba. El cuerpo se entregaba a las clases acomodadas y los guerreros captores para el banquete ritual, aunque apenas se aprovechaba una pequeña parte de los miembros; el resto acababa arrojado al remolino de Pantitlan. Entretanto se descarnaba la cabeza hirviéndola en agua con cal y se vaciaba de masa encefálica para horadarla (a través del hueso temporal o del parietal) y ensartarla en un listón, dado que esa parte del cuerpo se consideraba ixiptla, un eslabón con la divinidad, y el culmen del ritual del sacrificio. Bernardino de Sahagún lo contó así:
Llegado arriba echábanles sobre el taxón; sacábanles el corazón; tornaban a descendir los cuerpos abaxo, en palmas; abaxo les cortaban la cabeza, las espetaban en un palmo que se llamaba tzompantli y los cuerpos llevábanlos a las casas que llamaban calpulli, donde los descuartizaban para comer (…) y arrancábanles el corazón y cortábanles la cabeza. Y luego hacíanlos pedazos y comíanlos”.
Ciertamente, se han encontrado cráneos de todo tipo: unos íntegros, otros perforados y algunos fragmentados; estos con o sin mandíbula, aquellos conservando aún vértebras cervicales (algo muy interesante porque indicaría que no fueron descarnados sino colocados con carne y piel)… También han aparecido discos óseos resultantes de la perforación como relleno de estructuras, sin duda previa consagración. De los cráneos incorporados al tzompantli, algunos conservan la mandíbula en posición anatómica, probable indicativo de que estuvieron poco tiempo expuestos y no dio tiempo a que se estropearan. Otros se usaron para formar imágenes de dioses o se exhibían en otros rincones una vez retirados del tzompantli. No obstante, se supone que la mayoría pasarían a engrosar las dos torres en cuestión, que así irían creciendo en altura. Se ignora cuánto tiempo permanecían expuestos o cada cuánto se renovaban.
UN TZOPANTLI REPRESENTADO EN EL CÓDICE DURÁN

Otros tzompantlis
Ahora bien, el Huey Tzompantli no era el único que había en Tenochtitlán; los documentos hablan de otros siete sólo en el recinto sagrado, cada uno asociado a una divinidad: Xipe Tótec, Yacateculi, Mixcóatl… No se sabe qué criterio usaban los mexicas para usar uno u otro pero sí que el grande acogía los sacrificios de la fiesta del Panquetzaliztli, celebrada en noviembre en honor de Huitzilopochtli, entre otros muchos ceremoniales repartidos a lo largo del año. Y, a decir de los arqueólogos, no fueron demasiados años, ya que calculan que su versión definitiva, la que encontraron los españoles, seguramente debió construirse coincidiendo con la etapa VI del Templo Mayor, entre los años 1486 y 1502, gobernando Ahuízotl (el predecesor de Moctezuma, que además era su tío).
Eso nos lleva a otro punto: el de los tzompantlis de otros lugares. Porque ese tipo de estructura no era exclusiva de los mexicas por mucho que su mitología lo sugiera, estando muy extendida por Centroamérica desde el segundo milenio a.C. (Proto-Clásico, hacia el año 200 a.C). Los investigadores apuntan su origen a Zacatecas, donde hasta el siglo X de nuestra era vivió la cultura chalchihuite, que dejó las primeras exhibiciones públicas documentadas de restos humanos. Bernal Díaz da fe de haber visto una estructura de ese tipo prácticamente en cada pueblo del Anáhuac y narra que durante el camino a Tenochtitlán también se habían topado con tzompantlis, como por ejemplo en Castil Blanco (Iztacmaxtitlán), en cuya plaza vieron “puestos tantos rimeros de calaveras, que se podían contar (…) que al parecer serían más de cien mil (o…) sobre diez mil; y de otra parte de la plaza  [notaron que] estaban otros tantos rimeros de zancarrones, huesos de muertos, que no se podían contar y tenían en unas vigas muchas cabezas colgadas de una parte a otra, y estaban guardando aquellos huesos y calaveras”. Esta visión la tuvieron los españoles “en todos los pueblos y también en Tlaxcala”, su ciudad aliada.
DISTRIBUCIÓN DE LAS PRINCIPALES CIVILIZACIONES MESOAMERICANAS PREHISPANAS
Es más, una civilización tan diferente como la maya también tiene una treintena de ellos bien conservados, aunque con algunas diferencias como la estrecha vinculación de sus tzompantlis con el pitz o juego de pelota (el equivalente del tlachti azteca), cuya cancha solía estar al lado, y con el problema de que carecemos de fuentes hispanas. Y, frente a la insistencia de algunos estudiosos de que los tzompantlis mayas únicamente mostraban calaveras en los relieves pétreos de sus frisos, lo cierto es que el hallazgo de piezas horadadas revela que también sostenía un andamio de cráneos ensartados (en este caso en vertical), reproduciendo así el mito que narra el Popol Vuh sobre la decapitación de Hun Hunalpu tras perder un partido contra los dioses del inframundo y ser expuesta su cabeza en un árbol de jícaras.
El ejemplo más obvio es el tzompantli de Chichén Itzá, cuya etapa de apogeo tuvo tintes acusadamente militaristas, autocráticos y violentos. No era algo nuevo en Mesoamérica que las jerarquías sociales utilizaran las ceremonias religiosas como una herramienta para infundir miedo y hoy ese control social es la principal explicación para los sacrificios que practicaron precisamente -signo inequívoco- las ciudades más poderosas. Por otra parte, los estudios antropológicos revelan que ese tipo de rituales cruentos abundaban más en las sociedades estratificadas que en las igualitarias porque cimentaban las clases sociales y cohesionaban la comunidad. Por supuesto, las pocas decenas de cráneos hallados en Chichén Itzá palidecen al lado de lo sacado a la luz en México DF.
EL FRISO DE CALAVERAS EN RELIEVE DEL TZOMPANTLI DE CHICHÉN ITZÁ

Miedo y control social
Es significativa la relación que se aprecia entre los pueblos mesoamericanos que evolucionan hacia posiciones de poder y dominio con un incremento de la agresividad exterior y de la violencia religiosa. En Chichén Itzá se desarrolló una práctica sacrificial mayor que en otras ciudades mayas, al igual que los mexicas llevaron al extremo el número de víctimas en comparación con sus vecinos. No es que se perdiera el sentido original sino que se incorporó un efecto extra que facilitaba la conservación de su primacía y poder, el del amedrentamiento. “La estrategia ritual de alimentar a los dioses se convirtió en el principal instrumento religioso-político para subyugar al enemigo, controlar la periferia y rejuvenecer la energía cósmica” explica el antropólogo David Carrasco sintetizando el asunto. De hecho, sabemos que las cifras de sacrificios mexicas eran más modestas, parecidas a las de los pueblos de su entorno, hasta que a mediados del siglo XV empezaron a descollar como potencia dominante.
Otra antropóloga, Peggy Reeves Sanday opina que “El sacrificio constituía la base del Estado y el imperio azteca. Si hubiesen adoptado la política de Quetzalcoatl, contraria a los sacrificios, es dudoso que que hubieran tenido éxito en la construcción de un imperio, pues ese imperio dependía de los corazones y la sangre de los vecinos”. Por eso los dirigentes de dichos vecinos, para su horror, tenían la obligación de asistir como espectadores a los grandes ceremoniales y por eso, cuando vieron que los españoles también se espantaban al ver las cabezas de sus compañeros en el tzompantli durante el sitio de Tenochtitlán, les gritaban que pronto estarían las suyas allí también, alterando así el sentido que daban a ese lugar para transformarlo en una herramienta del miedo.
LA TORRE BURJ AL RUS DE LA ISLA DE YERBA, HECHA CON LOS CRÁNEOS DE LOS CAÍDOS
En realidad esto no era nuevo ni en Mesoamérica ni en otros sitios del mundo. El uso de cráneos es un recurso fácil e icónicamente muy efectivo, razón por la cual su imagen figuró en las banderas piratas o las insignias de las SS-Totenkopfverbände con inequívoco sentido e históricamente se repite una y otra vez a lo largo y ancho del planeta: en Sumba (Indonesia) era costumbre colgar los de guerreros derrotados en un árbol, algo que también hacían los galos (los celtas, en general), mientras que los rútulos decoraban sus carros con cabezas cortadas, tal como cuenta La Eneida; asimismo, no hay que olvidar las torres de calaveras españolas que construyeron los otomanos en la isla de Yerba tras la Batalla de Los Gelves, que tenía precedente en aquella tan impresionante de 70.000 cráneos que mandó erigir Tamerlán en el norte de la India.
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BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES:
DURÁN, Diego: Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme.
GONZÁLEZ TORRES, Yolotl: El tzompantli en Mesoamérica y las “torres de cabeza” en Asia.
GÓMARA, López de: Crónica de la conquista de Nueva España
LEÓN-PORTILLA, Miguel: La religión de los aztecas.
MATOS MOCTEZUMA, Eduardo, BARRERA RODRÍGUEZ, Raúl, y VÁZQUEZ VALLÍN, Lorena: El Huey Tzompantli de Tenochtitlán.
TAPIA, Andrés de: Relación de algunas cosas de las que acaecieron al Muy Ilustre Señor Don Hernando Cortés, Marqués del Valle, desde que se determinó ir a descubrir tierra en la Tierra Firme del Mar Océano


"El Huey Tzompantli y los andamios de cráneos mesoamericanos prehispánicos"  Jorge Álvarez - Bellumartis Historia Militar 

Comentarios

  1. Excelente artículo felicidades !!

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    1. Perdona por la tardanza en la respuesta. Me alegro que te haya gustado y te invito a compartirlo para que llegue a más gente.

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