Hoy
tenemos el placer de contar con la colaboración de Benjamín Collado uno de los
mayores expertos en España sobre los pueblos prerromanos en Iberia. El autor
entre otros de Guerreros de Iberia, del
que pronto os hablaré en profundidad, nos va a contar como eran realmente las
famosas monomachias o duelos en la
cultura guerrera ibérica.
Los duelos o luchas individuales entre dos guerreros,
conocidas también por su nombre griego, monomachias,
se encuentran entre las formas de combate más representadas en el arte
prerromano peninsular, con lo que estoy seguro de que, solo con leer el título
del artículo, a la mayoría de lectores les vendrán a la cabeza algunas de estas
escenas.
A día de hoy tenemos datos suficientes, procedentes
tanto de la iconografía como del estudio de los ajuares de las necrópolis más
antiguas, para considerar que en los primeros momentos de las culturas
protohistóricas peninsulares los conflictos armados se dirimirían con
frecuencia mediante el enfrentamiento de campeones elegidos entre los
aristócratas de los bandos contendientes. El resto de la población quedaría
relegada de la tarea guerrera, pues las élites se considerarían las únicas
legitimadas para ejercerla.
Escena de lucha del conjunto del Cerrillo Blanco (Porcuna, Jaén), datado en el siglo V a.C., en el que un guerrero alancea a otro, ya caído, en el rostro. La lanza le entra a la altura de la boca y le sale por la nuca. El caballo tras el guerrero vencedor nos indica la alta posición social del mismo, que se habría trasladado hasta el campo de batalla montándolo, aunque, a la hora de combatir lo haría a pie, ya que en ese momento no existirían fuerzas de caballería como tales. |
Con el tiempo la forma de hacer la
guerra evolucionó, entre otras cosas implicando a un número cada vez más elevado
de guerreros, pero la ideología heroica anterior pervivió. Es por eso que
encontraremos en las fuentes no pocas referencias a la importancia que daban
los pueblos prerromanos hispanos a los combates individuales, en los que dos
guerreros demostraban su valor ante los enemigos y las fuerzas propias
enfrentándose en combate singular.
Debió de ser relativamente frecuente que antes de
comenzar una batalla campal, los combatientes más destacados de un bando retaran
a los iguales del otro. Las peripecias y el resultado de estos “combates de
campeones” no se quedarían en el campo de batalla, sino que muchos de ellos
serían narrados y circularían de boca en boca entre las gentes, aumentando la
fama de los intervinientes fuera cual fuera el resultado del mismo. Esto no es
algo exclusivo de la península ibérica, y también lo vemos en otros territorios
y culturas como en Irlanda, con las hazañas de Cú Chulain o Fer Diad, y
en Grecia, donde los combates singulares tienen un gran protagonismo en obras
como La Ilíada o La Odisea, en las que, por ejemplo, encontramos narrados al
detalle las luchas de Héctor o Aquiles.
Uno de los episodios más conocidos en el ámbito
peninsular es aquel ocurrido ante la ciudad vaccea de Intercatia (Paredes de Nava, Palencia), donde un jinete indígena
retó repetidamente a los romanos sin que ninguno se atreviera a enfrentarse a
él, con lo que al final tuvo que ser el mismísimo Escipión Emiliano quien
aceptara el duelo, que terminó con la derrota y muerte del campeón vacceo. Al
contrario de lo que pudiera parecer, para los hijos del guerrero derrotado aquello
no fue un deshonor, sino todo lo contrario, ya que la actitud del padre
fallecido era un reflejo de los valores guerreros que representaban el ideal a
seguir por aquellos pueblos:
“Se lee en los
historiadores que aquel intercatiense cuyo padre fue muerto por Escipión
Emiliano en un duelo, firmaba con un sello con la imagen de esa lucha; siendo
conocida la ocurrencia de Estilón Preconio, que se preguntaba qué hubiera hecho
si su padre hubiese dado muerte a Escipión”.
Plinio, Naturalis
Historiae, 37, 9.
Otra muestra de esta mentalidad la
encontramos en el duelo entre el guerrero celtíbero Pirresio y Quinto Máximo,
legado del cónsul romano. Tras su derrota, el hispano entregó su espada y su sagum al vencedor, que le comunicó su
deseo de que se uniera a él mediante pacto de hospitalitas una vez finalizara la guerra entre sus pueblos.
Los ejemplos anteriores nos dejan claro
que este tipo de lucha no estaría abierto a cualquier combatiente, es por ello frecuente
que los contendientes aparezcan citados en las fuentes como reges o duces; solo los aristócratas podían medirse en estos combates de
campeones.
Los bandos enfrentados estaban muy
pendientes del resultado de las monomachias,
y es que el componente religioso de estas luchas era un elemento de primer
orden, con lo que se consideraba que las divinidades expresaban en ellas su
preferencia por uno de los combatientes, algo que hacían extensivo al resto del
ejército de cada uno de ellos. La victoria del guerrero propio era vista como
una prueba de que los dioses estaban con ellos, mientras que la derrota era
considerada como un mal augurio para el bando del perdedor.
Como decíamos en el inicio, son
frecuentes las representaciones artísticas de estos combates individuales entre
campeones. En el célebre conjunto del Cerrillo Blanco de Porcuna (Jaén)
encontramos varios posibles ejemplos de combates individuales, entre los que el
más conocido es el grupo en el que un guerrero alancea en la cara a otro
combatiente caído. Otra escena famosa es la pintada en el vaso de la lucha de campeones de Numancia, con dos guerreros que se
enfrentan armados uno con lanza y otro con espada. Entre los íberos también encontramos
representaciones de monomachias sobre
recipientes cerámicos. Un claro ejemplo es el vaso de los guerreros, localizado en la antigua Edeta (Lliria, Valencia), en el que un
combatiente con falcata se enfrenta a otro armado con una lanza, protegiéndose
ambos con escudos ovalados, mientras que están flanqueados por dos músicos que
tocan una larga trompa y una flauta doble, lo que evidencia que estamos ante
una escena ritual, no de batalla real. Una representación muy similar a esta es
la que encontramos sobre un vaso tardío localizado en la ciudad ibérica de Libisosa (Lezuza, Albacete), donde vemos
a dos guerreros armados con espada y escudo oval enfrentándose en combate
singular, mientras un tercer individuo ameniza la lucha con la doble flauta.
Del Castelillo de Alloza (Teruel),
procede el fragmento de un gran vaso con una abigarrada escena en la que se
aprecia perfectamente una pareja de guerreros que luchan con espadas mientras
se protegen con escudos ovalados. Su mayor tamaño respecto al resto de figuras
indica claramente que son el motivo central del vaso. Otros guerreros, a pie y
a caballo parecen contemplar el combate y animar a los contendientes, separados
de ellos por una valla. Uno de los espectadores tañe una flauta. En la parte
inferior se observa un hombre sentado en un trono o silla con respaldo alto y que
sujeta lo que parece un báculo o bastón con remate ahorquillado, quizás el
árbitro del asalto o la autoridad que preside el combate.
¿Combates en honor de los muertos?
Pero los investigadores
consideran que, dado el contexto en el que han aparecido algunas de estas
escenas de lucha, al menos una parte de ellas pudieran corresponderse en
realidad con duelos rituales con un carácter funerario.
Los combates funerarios
en honor a personajes destacados de la sociedad serían bastante habituales en
la Antigüedad e incluso antes, como vemos en la Ilíada de Homero, donde Aquiles
organiza estas luchas en honor al fallecido Patroclo. Ya en el ámbito que nos
ocupa los encontramos descritos en los funerales por el caudillo lusitano
Viriato, narrados así por el historiador Apiano:
"El cadáver de Viriato, magníficamente vestido, fue
quemado en una altísima pira; se inmolaron muchas víctimas, mientras que los
soldados, tanto los de a pie como los de a caballo, corrían formados alrededor
con sus armas y cantando sus glorias al modo bárbaro y no se apartaron de allí
hasta que el fuego fue extinguido. Terminado el funeral, celebraron combates
singulares sobre su túmulo".
Apiano, Iberia, 71.
Diodoro Sículo añade que en estos duelos ante la pira
de Viriato se batieron nada menos que doscientas parejas de guerreros.
Para el área ibérica encontramos una narración de Tito
Livio que nos aporta mucha e interesante información a pesar de proceder del ámbito
romano. Se trata de los funerales por los generales Publio y Cneo Escipión,
celebrados en Cartagena el 208 a.C., cuando Escipión el Africano, hijo del
primero de ellos, consiguió recuperar los restos de sus parientes, muertos en
combate tres años antes. Según Livio, en honor a los fallecidos se celebraron enfrentamientos
entre guerreros enviados por los dirigentes de numerosas ciudades ibéricas para
que demostraran su valor y su temple. También, y este es un dato muy
interesante, lucharon particulares que tenían diferencias sin resolver y
querían dirimirlas por las armas e, incluso, el historiador romano nos dice que
se batieron dos príncipes íberos de nombres Corbis y Orsua, primos para más
señas, que se disputaban el poder sobre la desconocida ciudad de Ibe. Muy importante es el detalle
indicado por Livio, según el cual, cuando Escipión se ofreció para mediar entre
ambos, estos rechazaron su intervención, indicando “… que no aceptarían el
arbitrio de nadie, fuera hombre o dios, excepto de Marte, y solo a él
apelarían”. Esto nos estaría indicando que los combates gladiatorios funerarios
se realizaban en honor de un dios de la guerra, que el historiador romano
asimila a Marte.
Aparte de esta mención, no tenemos narraciones
específicas en relación al mundo indígena peninsular, aunque sí contamos con
diversas representaciones artísticas que muy bien podrían mostrarnos estos
combates funerarios. Entre estas habría que destacar la conocida como “urna de
los guerreros”, hallada hace pocos años en la necrópolis de Piquía (Arjona,
Jaén), y datada en el siglo I a.C., es decir, en pleno proceso de romanización.
Las cuatro caras de esta urna de piedra están
decoradas con relieves que muestran escenas de lucha, siempre por parejas. Los
lados largos se han aprovechado para mostrar las escenas con caballos. En uno
se muestra a un jinete armado con lanza enfrentándose a un infante que se
defiende con una especie de porra; en el lado opuesto encontramos dos jinetes
enfrentados, uno portando lanza y el otro defendiéndose con una caetra. En uno de los lados menores se
ha plasmado el enfrentamiento entre dos infantes armados con falcatas,
que se protegen uno con una caetra y
el otro con un scutum,
mientras que en el último lado se enfrentan sendos combatientes armados del
mismo modo, con caetra y lanza, ante
un tercer individuo, desnudo, expectante y sin armas, que se encuentra entre
ellos, lo que parece identificarlo como un árbitro o juez.
Estos elementos, y el hecho de que se hayan
representado sobre una urna cineraria, han llevado a los investigadores a
proponer que lo que estos relieves nos muestra serían una serie de combates singulares
celebrados durante los funerales en honor del difunto.
Si hacemos caso a lo referido para otras culturas
contemporáneas, la mayoría de estos duelos serían a primera sangre, con lo que
no sería habitual la muerte de ninguno de los combatientes, aunque sin duda se
producirían bajas.
Como vemos, y a pesar de que todavía son muchos los aspectos
de este tipo de enfrentamientos que se nos escapan, cada día vamos conociendo
un poco mejor unas formas de lucha que nos hablan de una arraigada mentalidad
guerrera en nuestros ancestros.
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