Koriakia
es un distrito autónomo de Rusia, que forma parte del krai de
Kamtchatka, situado en la península de Kamtchatka (krai es
una demarcación territorial equiparable a la marca medieval). Se
trata del extremo nororiental de Asia y, por tanto, está sometido a
un clima subártico, con temperaturas inferiores a 10º en verano y
por debajo de los 0º en invierno, escasas precipitaciones (entre 300
y 700 mm anuales) y un suelo constituido por permafrost (o sea,
permanentemente helado) con una vegetación a base de tundra (musgos,
líquenes y arbustos). En otras palabras, unas condiciones duras, en
las que la estación invernal dura siete meses y alcanza hasta 25º
bajo cero, frente a las máximas estivales, que se sitúan unos 16º
de media.
Como
suele ocurrir, incluso en un lugar tan adverso para el Hombre éste
ha conseguido adaptarse y sobrevivir. Hoy en día, más de la mitad
de la población es de etnia rusa pero todavía hay un importante
porcentaje de pueblos indígenas, una cuarta parte del total, de los
que el 16,2% son koriakos y el resto se reparte entre los chucotos
(chukchi), itelmenos y tungúes (ewenki). Los dos primeros están
emparentados, hablando la similar lengua chucoto-kamchatka, que forma
parte del grupo paleosiberiano, aunque frente a los cerca de diez mil
chucoto-parlantes los koriakos son tres veces menos.
El krai de Korakia – TUBS en Wikimedia Commons |
No
se conoce el origen de los koriakos. Su similitud con los indígenas
nivjis de la isla de Sajalin (originarios de un pueblo emigrado desde
la Transbaikalia a finales del Pleistoceno, cuando dicha isla aún
estaba unida al continente) sugiere que quizá sean descendientes
suyos. Otra hipótesis en esa línea es la que propone un retorno
desde América a Eurasia por esa misma época, aprovechando, como en
el caso anterior, que los dos continentes se unían mediante un
istmo.
En
cualquier caso, la primera referencia documental no aparece hasta un
año tan tardío como 1695, cuando el cosaco Vladimir Atlasov tomó
posesión de Kamchatka en nombre del zar. Algo menos de un siglo
después, en 1775, el explorador ruso Stepán Krasheninnikov ya
escribió sobre los koriakos desde un punto de vista científico.
Por
su parte, los chucotos vivían en la península de Chukchi (la más
oriental de Asia), así como en la costa del mar homónimo y la
región ártica del Mar de Bering, lugares todos ellos con
condiciones de vida similares a las descritas antes Las
investigaciones genéticas indican que los chucotos descienden de los
habitantes del entorno del Mar de Ojotsk (que está encajonado entre
la península de Kamchatka, la isla de Sajalin, el archipiélago de
las Kuriles y la franja marítima continental siberiana) y se hallan
emparentados con los indios americanos. Aclaremos que chukchi es una
palabra rusa; ellos se llamaban a sí mismos luoravetios (personas
auténticas).
El Mar de Chukchi, a la izquierda, la península homónima – Mohonu en Wikimedia Commons |
Los
chucotos pudieron vivir tranquilos porque los rusos no los
molestaron, ya que no tenían interés para ellos; eran belicosos y,
salvo sus rebaños de renos, carecían de riquezas que gravar con
tributos. Las cosas cambiaron al empezar el siglo XVIII, cuando Pedro
el Grande acometió la conquista de Siberia, poniendo sus ojos
en la península de Kamchatka como punto interesante para las rutas
comerciales. Por entonces, los koriakos se extendían sobre un área
bastante más amplia, hasta el krai de Jabárovsk por el sur,
siendo luego empujados hacia el norte por otro pueblo mucho más
numeroso, el de los evens, que procedían de la Siberia interior. Los
rusos se encontraron con la oposición de unos y otros, emprendiendo
sucesivas campañas de pacificación que no tuvieron éxito: 1701,
1708, 1709, 1711, 1729…
En
1731, el mando recayó en el comandante Dimitri Ivanovich Pavlutskiy,
que aplicó una política implacable de exterminio en sus incursiones
punitivas. La brutalidad y devastación tiñeron de sangre el noreste
de Asia pero con la particularidad de que, además de matar a los
indígenas, se arrasaron su ganado y sus tierras, dejándolos con
unos medios de subsistencia aún más escasos de lo habitual. Eso
terminó por hacer claudicar a los chuvanos y yukaguiros, que a la
larga sufrirían un proceso de aculturación, asimilándose a otros
pueblos como los yakutos (que vivían en Yakutia y eran de origen
túrquido) o los tungúes (que vivían en una larga franja entre el
Ártico hasta Manchuria), recordando un poco lo que pasaría en
Norteamérica con el origen de los semínolas; no sería la única
analogía, como veremos.
Guerreros siberianos con sus atuendos de combate – Pinterest |
Los
koriakos también capitularon, sometiéndose a la autoridad del
Imperio Ruso a cambio de protección contra sus ancestrales enemigos
-aunque en aquel momento aliados, al menos respecto a su adversario
común-, los chucotos. Éstos, en cambio, siguieron resistiendo y
matando a los recaudadores de impuestos, lo que llevó a la
emperatriz Isabel I (la segunda hija de Pedro el Grande) a ordenar de
forma expresa que fuesen “extirpados totalmente”. Un
genocidio, por tanto, que sin embargo fracasó. Las tropas rusas
tuvieron que desistir de imponerse en aquel hostil medio y al final
optaron por construir un fuerte, el Anadyrsk, para marcar la frontera
entre los respectivos dominios.
En
1747 los chucotos intentaron asaltar ese bastión y Pavlutskiy salió
en su persecución con algo más de un centenar de hombres, la
mayoría cosacos reforzados por una treintena de auxiliares koriakos.
Les dio alcance en Markovo pero entonces los perseguidos se volvieron
contra él y acabaron con su pequeño destacamento mientras
Pavlutskiy, protegido por una cota de malla, lograba escapar con un
puñado de hombres y trataba de atrincherarse en una colina. No pudo
resistir, terminando muerto y decapitado (los chucotos conservaron su
cabeza como trofeo mucho tiempo), en un episodio que recuerda
bastante al de Custer en Little Big Horn. El fuerte, no obstante, se
mantuvo medio siglo.
Retrato de Isabel I de Rusia (Virgilius Eriksen) – Dominio público en Wikimedia Commons |
Ahora
bien, dado que en la tundra es imposible cultivar, la recogida de
pieles era el principal interés del invasor, pero apenas aportaba
una mínima parte de los costes bélicos, calculados en más de un
millón de rublos, Consecuentemente, tras un nuevo y fracasado
intento de conquista en 1750, doce años después se optó por
abandonar el Anadyrsk y negociar la paz con los indígenas. Las
hostilidades cesaron definitivamente en 1764 mediante un acuerdo por
el que los invasores aceptaban concederles autonomía a cambio de un
tributo simbólico establecido en doscientos cuarenta y siete rublos
anuales, el equivalente aproximado de los que pagaban cincuenta
siervos en la Rusia europea. Y así, los chucotos empezaron a
comerciar pacíficamente.
Es
curiosa la incapacidad rusa para imponerse, teniendo en cuenta que
aquellos pueblos vivían casi en la prehistoria, como
cazadores-recolectores-pastores, y se organizaban de forma dispersa,
en pequeñas tribus de media docena de familias que llevaban una vida
comunitaria, con un jefe electivo que debía tomar las decisiones de
forma consensuada, y practicando un culto animista. La tundra no
ofrece facilidades para la agricultura, así que los únicos
vegetales que consumían eran bayas y tubérculos, necesarios por
otra parte para complementar una dieta cuya base era la carne de
reno, un animal del que se aprovechaba todo (leche, piel, tendones,
sangre, médula… además de usarlo como tiro para los trineos) pero
que no proporcionaba todas las vitaminas y minerales que requiere el
organismo.
Los
pueblos establecidos en la costa, tanto koriakos como chucotos,
contaban con la ventaja de enriquecer la dieta mediante pescado y
mamíferos marinos, por eso no tenían el grado de nomadismo de los
del interior (que vivían en yarangas o tiendas desmontables),
aún perteneciendo a las mismas etnias. Así que entonces ¿cómo
pudieron resistir con tan precaria forma de vida? El factor ambiental
fue decisivo, por supuesto, al igual que el escaso rendimiento que se
podía esperar del territorio no servía para incentivar acciones de
grandes dimensiones, un poco como les pasó a los españoles en Chile
durante la conquista. A ello habría que sumar el carácter indomable
de los chucotos, aficionados a la lucha desde niños.
Y
eso que las armas que usaron para enfrentarse a los rusos eran
acordes a ese pobre nivel tecnológico. Se limitaban a arcos y
flechas, lanzas, cuchillos y hondas, que les servían tanto para la
defensa como para la caza. En eso también se parecían a los indios
americanos, si bien tenían un llamativo elemento que no se daba en
aquéllos: una singular armadura laminar que empleaban koriakos y
chocotos pero obedecía a una tradición artesana extendida no sólo
por buena parte de Siberia sino también por otros pueblos asiáticos
como mongoles, sármatas y rusos orientales, encontrándose
equivalentes en las que usaban chinos y japoneses.
Armadura siberiana conservada en el Museo Americano de Historia Natural – Daderot en Wikimedia Commons |
Las
láminas eran de madera, forradas con piel de morsa y unidas entre sí
con tiras del mismo material. A veces, la armadura no estaba
confeccionada con esos rígidos materiales sino con gruesas capas
sucesivas y acolchadas de piel de morsa, de igual manera que en la
Europa de siglos atrás convivían las armaduras de acero con los
gambesones. Se complementaba la protección con cascos y grebas
formados también por placas de hueso (al estilo micénico) que
posteriormente pasarían a ser de hierro.
Esos
sistemas de blindaje personal podían ir acompañados de un inaudito
aditamento, destinado a cubrir la espalda y la nuca del guerrero, que
es el que realmente caracterizaba a aquellos guerreros, tanto
koriakos como chucotos: una especie de escudo dorsal, de madera o
hueso y forrado de cuero, que envolvía los hombros y que, dado lo
aparatoso que resultaba, se cree que tenía como objetivo amortiguar
el posible fuego amigo, es decir, las piedras que arrojaban desde
atrás sus propios compañeros con las hondas.
Guerreros koriakos con su peculiar armadura – Dominio público en Wikimedia Commons |
Documentado
fotográfica y arqueológicamente, resulta un tanto estrambótico
pero lo cierto es que sistemas parecidos los habían empleado otros
pueblos asiáticos anteriores, como los sármatas y escitas. Los
samuráis japoneses, por ejemplo, que también empleaban armaduras
laminares (en su caso de hierro lacado o cuero endurecido),
desarrollaron también un sistema de protección trasero pero
obedeciendo a un concepto diferente, una capa hinchada llamada horo
que se sujetaba a la espalda mediante un bastidor de madera,
asemejando una crinolina.
Según
cuentan los exploradores, aquella protección dorsal no limitaba
demasiado la movilidad a sus usuarios, puesto que éstos se
entrenaban desde niños en su uso y en el del arte de la guerra:
correr largas distancias, disparar el arco en carrera, esquivar el
lanzamiento de piedras… Los de la costa incluso tenían largas
canoas de guerra. Nada de eso les sirvió contra un insospechado
enemigo que de nuevo estableció un paralelismo más con los primos
de América. Entre 1769 y 1770, un rebrote de viruela (enfermedad que
apareció por primera vez en 1639 pero tenía nuevos brotes cada dos
o tres décadas) provocó tales estragos que redujo su población a
menos de la mitad.
BIBLIOGRAFÍA:
-VVAA:
Koryaks and kerek (Countries and their Cultures).
-JOCHELSON,
Waldemar: The Koriak (Kulturstiftung Sibirien. SEC
Publications).
-FORSYTH,
James: A history of the peoples of Siberia. Russia’s North Asian
colony 1581-1990 (Cambridge University Press).
-BOGORAS,
Waldemar: The Chukchee. Material culture (Memoir of the
American Museum of Natural History).
“Los
indígenas siberianos que resistieron a la conquista rusa en el siglo
XVIII”
Jorge
Álvarez – Bellumartis Historia Militar
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