Kiribati es un archipiélago
situado en el océano Pacífico, al noreste de Australia, compuesto por una isla
de origen volcánico y 33 atolones de coral (uno de los cuales, Kiritimati, el
más grande del mundo, tiene fama por ser el lugar poblado donde primero empieza
cada año nuevo).
Habitado por gentes de etnia micronesia, fue descubierto por Pedro
Fernández de Quirós (aunque Magallanes pudo avistarlas antes) y formó parte del
Imperio Español. En 1837 pasó a manos británicas rebautizado como Islas
Gilbert, constituyendo un protectorado primero y una colonia después. Luego, lo
ocuparon los japoneses y estadounidenses en el contexto de la II Guerra Mundial
hasta que en 1978 obtuvo su independencia. Antes, aquel pedazo de tierra en
medio del Océano Pacífico se vio sacudido por varias pruebas nucleares.
Dada la escasez de suelo (ochocientos kilómetros cuadrados muy
dispersos), esos atolones padecen un preocupante exceso de población; y eso que
apenas superan los ciento once mil habitantes en total. La pobreza es otro de
los problemas que sufren, pues en un sitio tan pequeño apenas hay recursos
naturales. Y todavía hay uno peor que se cierne como una negra sombra en un
plazo indeterminado: si, como predicen los científicos, el calentamiento global
funde el hielo polar, el nivel del mar subirá al menos un metro, lo que puede
significar la desaparición de los atolones, Kiribati incluido, por eso se ha
planteado el reasentamiento de la población a un lugar seguro.
Estas extremas condiciones hacen que a priori resulte
sorprendente la existencia histórica de ejércitos y guerreros pero lo cierto es
que esas islas eran visitadas por pueblos polinesios, algunos de los cuales las
invadieron. Fue lo que pasó en el siglo XIV con sucesivas oleadas llegadas
desde las Fiyi, Samoa y Tonga, que diversificaron la etnia local e introdujeron
su lengua, origen del actual idioma oficial (junto al inglés): el gilbertés.
Ese mestizaje sanguíneo y cultural ha perdurado hasta hoy en día, en que es
asumido con naturalidad porque se ha evolucionado hacia una homogenización, de
la misma manera que ha pasado con la religión (mayoritariamente cristiana, con
la mitad de los creyentes católicos y un importante sector protestante).
PANOPLIA DE LOS GUERREROS DE KIRIBATI
A decir de los expertos, los I-Kiribati, la etnia local
micronesia, probablemente descendiente de austronesios que llegaron allí miles
de años atrás (la Austronesia agrupa pueblos del sudeste asiático, Australia,
Madagascar y Taiwán que tenían en común idiomas del mismo tronco ), aprendieron
el arte de la guerra de esos invasores; de hecho, las armas y protecciones de
otras islas como Tuvalu y Nauru son muy similares. Dada la ausencia de
documentación escrita, hay que recurrir a la tradición oral y al registro
arqueológico y éste, junto con las fotografías realizadas por antropólogos de
los siglos XIX y XX, nos proporciona abundantes ejemplos de la panoplia
guerrera de aquellas latitudes. Bastante curiosa, todo sea dicho, como puede
apreciarse en las imágenes.
En las fotos, por ejemplo, vemos guerreros isleños fotografiados
a principios del siglo XX. Llevan armaduras de fibra de coco entretejida y
por partida triple, pues encima viste chalecos de refuerzo del mismo material
y remata el conjunto protegiéndose las espaldas de ataques a traición mediante
una placa, también de fibra. A veces llevaban adornos de conchas, plumas o
incluso pelo humano, dispuestos en motivos geométricos. Asimismo, su te
barantauti, el casco, es la carcasa seca de un pez puercoespín, una especie
que cuando se ve en peligro hincha el cuerpo para parecer más grande.
Como armas usan el trunun, una lanza-espada
de fuste de madera de cocotero tachonada con afilados dientes de tiburón que se
sujetan con cabello de mujer. En otras fotografías se aprecia que los guerreros
de Kiribati también usaban armas cortas, tipo dagas y garrotes, a los que
erizaban con dientes de escualo.
El resultado es algo extravagante pero tiene su lógica. Los
pueblos primitivos, especialmente en ausencia de metalurgia, empleaban los
recursos que la naturaleza ponía a su alcance. Es algo que queda muy claro en
la Mesoamérica prehispana, donde la dificultad de acceder al metal o su
práctica monopolización por parte del estado tarasco llevó a los demás a recurrir a una solución
práctica: el uso de la obsidiana. Las carencias que presentaban se compensaba
con su abundancia y facilidad de recolección en un lugar rodeado de volcanes
como aquél. En el caso de un atolón sólo hay corales, cocoteros y tiburones (a
finales del siglo XIX hubo una explotación de fosfatos pero resultó efímera).
Sin embargo, parece ser que ese equipamiento no era tanto para
luchar en la guerra como en duelos, que como en otros sitios se empleaban para
resolver disputas y cuestiones de honor relacionadas a menudo con
reivindicaciones sobre la propiedad de la tierra. Las dificultades de movilidad
de los duelistas con esas armaduras hacían que el lance estuviera sometido a
una ritualización reglamentada (como la propia fabricación de las armaduras) y
probablemente requiriera también la ayuda de asistentes, combatientes
auxiliares. Es irónico que los usos bélicos de Kiribati se basaran en una
premisa similar: a la del pez puercoespín que usaban en la cabeza para aparentar
más que nada; impresionar al adversario, pues darle muerte debía compensarse
con tierras.
Además de esas protecciones y armas, los contendientes usarían
también otras técnicas, ya que han pervivido hasta hoy algunas artes marciales,
las más extendidas son las denominadas nakara (típica de la isla de
Abaiang), te-rawarawanimon (del norte de Tawara) y tabiang (de
Abemama), pero hay otras como ruabou, temania, taborara, temata-aua y terotauea.
Se basan, principalmente, en la rapidez de movimientos y, al parecer, recuerdan
un poco al kárate, aunque sin patadas.
ARTES MARCIALES DE KIRIBATI
En 1963, el antropólogo alemán Gerd Koch, especializado en las
culturas de la Micronesia y Polinesia, consiguió filmar varias técnicas de
autodefensa en los atolones de Nonouti y Onotoa. En el primero se demostraban
las llamadas kaunrabata (una especie de lucha libre), rawebiti
(defensa ante ataques con armas punzantes) y rawekoro (ataque con
armas), mientras que las del segundo eran kaunrabata (defensa en lucha
libre), oro (defensa ante ataques sin armas) y rawekai (defensa
ante ataques con armas).
El mérito de Koch fue doble porque las artes marciales de
Kiribati no son de dominio popular como las orientales y están rodeadas de
cierto secretismo, pasando su enseñanza de generación en generación en un
ámbito más bien cerrado. Lo contrario que las panoplias guerreras, que
fascinaron a los europeos y todos los marinos que visitaban el lugar se
llevaban alguna de recuerdo, de ahí que hoy puedan verse ejemplares en muchos
museos.
Aunque los duelos fueron la práctica más habitual de los guerreros,
también tuvieron ocasión de entrar en combate con enemigos. A lo largo de los
siglos XVII y XVIII siguió habiendo incursiones de pueblos vecinos o guerras
entre los propios atolones kiribatianos viajando en sus canoas de una kainga
(poblado) a otra cuando había aguas tranquilas. Entre 1868 y 1890, ese rincón
en medio de la nada se enzarzó en una serie de guerras civiles en la que los
habitantes de Tarawa, la capital, mayoritariamente convertidos al cristianismo
por los misioneros que acompañaban a los recolectores de copra, se enfrentaron
a sus vecinos, que seguían aferrados a su fe tradicional. Se mezclaban, pues,
tres factores clásicos en el origen de conflictos: la rivalidad por dominar la
isla, la religión y la sucesión dinástica. El establecimiento del protectorado
británico puso punto y final al asunto.
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BIBLIOGRAFÍA:
-Odd fighting units: Kiribati warrior of micronesia
(en Warfare History Blog)
“El
llamativo equipamiento bélico de los guerreros de Kiribati”
Jorge
Álvarez – Bellumartis Historia Militar
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