Augusto
Ferrer-Dalmau nos muestra, con su inconfundible
pincelada, uno de los momentos más épicos de la Historia Militar Española y a
la vez desconocido por el español medio, que aún se estudia en las mejores
academias militares del mundo. Cuando un puñado de jinetes a lomos de sus
caballos se lanzaron contra cientos de guerreros aztecas, su acción fue crucial
para la Conquista de México por los hombres de Hernán Cortés.
Tras la muerte de Moctezuma el 29 de
junio de 1520, apedreado por sus súbditos al grito de “calla bellaco, cuilón, afeminado, nacido para tejer e hilar y no para
ser Rey y seguir la guerra”, la situación se volvió muy complicada para los
castellanos en Tenochtitlán. Tras la nefasta actuación de Pedro de Alvarado en
ausencia de Cortes, la población mexica se rebeló contra los invasores, en la
conocida como Noche Triste, y tras sufrir numerosas bajas tanto entre
los españoles como por los tlaxcaltecas se decidió abandonar la ciudad el 30 de
junio a medianoche...
Después varios días de repliegue
acosado por los mexicas, en la localidad de Tepotzotlán, Cortes hizo un
recuento de las tropas disponibles: 360 españoles, 600 aliados y 23 caballos.
Tras ellos según la mayor parte de las fuentes unos 40.000 guerreros mexicas
comandados por el cihuacoatl Matlatzincátzin hermano del nuevo
emperador, Cuauhtémoc. Aunque los relatos de un soldado español que se escondió
en un capulí, cerezo, contó más de
200.000 hombres en la cercanías de Tacuba en las afueras de la capital azteca.
Ruta de escape de los españoles hacia Tlaxcala tras la Noche Triste. Wikicommons |
El sábado 7 de julio tras una semana de
huida los hambrientos, sedientos y cansados españoles se vieron rodeados y
obligados a vencer o morir. Tras salir de la sierra y al llegar al valle de
Otompam, Otumba, les esperaban el
ejército azteca perfectamente desplegado para el combate. Como nos cuenta el
relato de Cervantes de Salazar “Llevaban
un general. A cuyo estandarte tenía ojos todo el campo. Venían en orden,
repartidos por sus capitanías, cada una con su bandera, caracoles y otros
instrumentos” y avanzaban tranquilamente sin dar gritos hacia los hombres
de Cortés. Los aztecas vestidos de blanco daban la sensación de que una nevada
había caído en el llano, debido a su gran número, según las fuentes entre
100.000 y 200.000. Alguno de los mejores guerreros aztecas se armó con las
espadas, y armaduras de los teules, españoles,
fallecidos en la noche triste.
Viendo la difícil situación Cortés
arengó a sus hombres con uno de los discursos que López de Gomara interpreta en su libro
“Amigos lego el momento de vencer o
morir. Castellanos, fuera toda debilidad, fijad vuestra confianza en Dios
Todopoderoso y avanzad hacia el enemigo valientes”. Desplegó a sus hombres
en la línea más amplia posible para evitar ser rodeados puso a la caballería en
ambas alas, poco podían hacer veinte caballos ante tal multitud, pero el valor
de sus jinetes hizo que sus cargas pasasen a la Historia. A lomos de su caballo
recorrió el frente ordenando que no perdiesen fuerzas contra los soldados rasos
que matasen a los más engalanados.
Durante cuatro horas los españoles y tlaxcaltecas
combatieron duramente más allá de sus propias fuerzas, pero el cansancio se
apoderaba de sus cuerpos. Tal era la debilidad de los castellanos que muchos
eran arrebatados con vida por los aztecas para ser sacrificados más tarde ante
sus dioses. Los soldados de Cortés clavaban sus espadas como si fuesen gladium
romanos para evitar que se rompiesen de tanto herir. Mientras tanto la
caballería no paraba de hacer cargas una tras otra en pequeños grupos, para así
descansar y evitar la muerte de las monturas. Si os fijáis en el cuadro de
Ferrer-Dalmau los cuellos de los caballos están llenos de sudor, unas manchas
blancas, primer síntoma del agotamiento de las monturas.
Batalla de Otumba. Óleo del siglo XVII |
Cuando todo parecía perdido, según el
relato de Cervantes de Salazar, “Cortes,
mirando hacia el oriente, buen trecho de donde él peleaba, vio que sobre los
hombros de personas principales, levantado sobre una andas muy rica, estaba el
general de los indios con una bandera en la mano”. El extremeño sabía por
sus aliados que en esos lares la muerte de un general suponía el final de la
lucha, y pese a que el general azteca estaba protegido por más de trescientos
guerreros, Cortes se dirigió contra él, encomendándose a Dios y a San Pedro
para que intercediese, cabalgó hacia la gloria. Según los cronistas fue
acompañado solamente de Juan de Salamanca o con otros cuatro jinetes más: Olid,
Alvarado, Sandoval y Alonso de Ávila; fuera como fuese, la imagen es épica, dos
o seis jinetes cargando contra una formación de miles de guerreros sedientos de
sangre. Aunque no hay pruebas, lo más seguro que mientras galopaban contra Matlatzincátzin
gritaban a viva voz ¡SANTIAGO!.
Carga de Otumpa por Giussepe Rava |
Al contrario que la infantería, que por
cuestiones climáticas y practicas usaban el cuero como protección e incluso el
ichcahuipilli
azteca, los jinetes continuaron empleando su armadura metálica, eso si más aligerada
que en Europa. Estaba formada por un cosolete
con protección de los hombros y las escarcelas en los muslos mientras que las pantorrillas
estaban protegidas por la gruesas botas. En ese afán de aligerar pesos también
se sustituyó la silla a la brida,
con las piernas rectas e ideal para cargas de caballería, por sillas a la jineta, con las piernas
flexionadas que permitían una mayor movilidad y dominio del caballo. Incluso
las rodelas, escudos circulares
metálicos, que se usaban en el teatro europeo dejaron de emplearse en América
siendo sustituidos por modelos más ligeros, ya que debido a los numerosos
ataques lo debían llevar siempre consigo. Ferrer-Dalmau nos muestra a los
jinetes portando adargas de cuero, de
origen musulmán, tenían forma de corazón, y unían ligereza y una buena defensa
contra las armas de piedra de los indígenas. En algunos casos los
conquistadores usaron escudos hechos con corcho, aunque os parezca raro era muy
efectivos contra los proyectiles y armas de sílex.
Armados con su fe en la victoria
acometieron contra los escoltas del general azteca. Según una crónica Cortés “fue matando e hiriendo con la lanza y
derrocando con los estribos a cuantos topaba hasta que llegó donde el general
estaba” y derribó con su lanza al líder azteca que había bajado muerto de
miedo de su anda. Según una fuente le dio muerte el conquistador extremeño,
mientras que según otros sería Juan de Salamanca el que le remató en el suelo
cortándole la cabeza y apoderándose del estandarte. Los guerreros aztecas
viendo caer a su general “no quedo indio
con indio, sino que enseguida se desparramaron cada uno por donde mejor pudo”.
Los jinetes persiguieron a los que huían dando muerte a cientos de guerreros,
Las
cifras no están claras pero todos coinciden en miles de bajas frente a decenas
de castellanos y tlaxcaltecas, según Cervantes de Salazar cerca de 20.000
guerreros aztecas murieron. Tal fue la victoria que López de Gómara escribió:
“No ha habido más notable hazaña ni victoria
de Indias desde que se descubrieron, y cuantos españoles vieron pelear ese día
a Hernán Cortés afirman que nunca hombre alguno peleó como él ni acaudilló así
a los suyos, y que el solo por su persona los libro a todos”.
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