El colaborador Jorge
Álvarez hoy nos presenta a los perros más guerreros y como su empleo se fue
extendiendo hasta llegar a América acompañando a los conquistadores españoles.
“La invención de los
perros que en la guerra de aquellas partes se ha usado es buena, porque con
ella se han hallado presto muchas provincias, más de lo que tardaran y hubiera
costado muchas más vidas así de los nuestros como de los suyos”
(Bernardo de
Vargas Machuca en Apologías y discursos)
En una
atrevida teoría propuesta por Pat Shipman, profesor del Departamento de
Antropología de la Universidad de Pensilvania, se plantea que la domesticación
del lobo por el Homo sapiens hace al menos unos diez mil años obedeció a
un interés mutuo. Los humanos conseguían un valioso aliado para cazar, pues ya
no sería necesario correr tras la presa porque la jauría se ocuparía de
cansarla y acorrarla para que el humano se limitara a darle muerte y proceder a
la descarnación sin miedo a otros depredadores, por otra parte, se cobraba
ventaja respecto a un competidor como Homo neanderthalensis (por
supuesto, Shipman admite otros factores morfológicos y climáticos para la
extinción de éste), mientras que los cánidos se beneficiaban de una parte del
botín garantizada sin jugarse la vida...
Perros de guerra en los relieves asirios en la fachada norte del Palacio de Nínive en Irak |
De esta
singular e inédita simbiosis derivó la aparición del perro, cuando Canis
lupus originó la rama del Canis familiaris, es decir el perro.
Después, a lo largo de milenios, los cruces selectivos realizados ex profeso
fueron diversificando la especie y dando lugar a las diferentes razas,
potenciando unas cualidades morfológicas sobre otras en función del uso que
quisiera darse a los animales; así fueron apareciendo canes especialmente
adaptados para, entre otras muchas cosas, la caza, el pastoreo, la mera
compañía de sus amos, la vigilancia... Y teniendo en cuenta que una de las
actividades favoritas del Hombre es matarse en el campo de batalla, era
inevitable que también hubiera perros de guerra.
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Fue en ese
mundo clásico cuando hizo aparición el moloso, un can fuerte, muy musculado, de
hocico corto y poderosas mandíbulas, cuyo nombre remite a su región original en
el Épiro, si bien algunos autores opinan que fueron introducidos allí por
Alejandro Magno (que tenía su propio perro de combate, Periles)
procedentes de Persia (véanse los relieves del palacio de Asurbanipal en
Nínive). Aunque ya antes se aprecian grandes canes en pinturas egipcias
sustituyendo a los estilizados lebreles (las de Tutankhamón luchando contra los
nubios) y posteriormente tenemos noticia de un ejército de dos millares y medio
de animales grandes y feroces en tiempos de Ptolomeo II.
Legionario romano con su moloso |
Excelentes
pastores, los molosos fueron llevados por los fenicios por todo el Mediterráneo,
convenciendo a los siempre prácticos romanos para ampliar su campo de
actuación: por un lado a la arena del anfiteatro y por otro, cómo no, al
ejército; en este uso militar se los denominaba Canis pugnax,
adscribiendo a cada legión unidades especiales de decenas de individuos, fieros
y enormes (hasta ochenta kilos). No constituían la principal fuerza de choque,
obviamente, pero sí resultaban muy prácticos para contrarrestar las acciones de
guerrilla que solían ser las más incómodas para los legionarios. Aunque a veces
se daba el caso contrario y eran los romanos los que sufrían los embates de una
jauría, como le pasó al cónsul Fabius al ser atacado por un ejército
exclusivamente canino lanzado por el rey arverno Bituito en el 120 a.C.
Bardas y armaduras perrunas |
Gracias a la
extensión globalizadora de Roma, estos imponentes perros se difundieron por el
mundo conocido (llegaron incluso a Oriente, donde el general vietnamita Le Loi
creó una unidad de un centenar de ellos) y siguieron acompañando al Hombre en
su empeño por destrozarse durante el Medievo, a menudo equipados, como antaño,
con placas protectoras y cuchillas (y a veces con fuego, para originar
incendios). Usaron perros en el campo de batalla los hunos, los escitas, los
hircanos... Los primeros bulldogs ingleses combatieron en la Guerra de los Cien
Años y en la de las Dos Rosas, así como en la posterior revolución del siglo
XVII, lanzándose contra el enemigo cuando se abrían los primeros huecos en sus
formaciones y después, para perseguir a los que se retiraban.
También
tuvieron su papel durante la Reconquista, pues ya había una raza característica
de Castilla: la que hoy denominamos alano español, un fornido (más de medio
metro de altura y unos cuarenta kilos de peso) pero veloz animal descendiente
de una mezcla de varias razas de presa (o quizá del alaunt de Europa oriental)
y cuya introducción se atribuye tradicionalmente a los vándalos o alanos a su
paso por la Península Ibérica. Según los tratados de montería de la Baja Edad
Media se empleaba en la caza mayor y en la lucha contra toros y su imagen ha
quedado inmortalizada en las pinturas de Velázquez y Goya, mientras que autores
como Cervantes o Lope de Vega se refieren a él con el significativo apelativo
de Alano de los Tercios. Éste es el perro que coprotagonizaría la conquista de América.
Su primer
uso en ese sentido tuvo lugar en la invasión de las Islas Canarias, donde los
canes fueron de gran utilidad para afrontar las emboscadas que los aborígenes
solían tender aprovechando la abrupta orografía. Luego, visto el excelente
resultado que dieron, saltaron al Nuevo Mundo acompañando a sus amos en el
segundo viaje de Colón: era una expedición mayor y mucho más ambiciosa que la
primera, con el objetivo de colonizar, y por eso se llevaron también otras
especies animales nuevas allí como el caballo, el cerdo o las aves de corral.
Lo cierto es
que el perro no era desconocido del todo, ya que había algunas razas, sin
embargo tenían unas características muy concretas que las hacían completamente
diferentes, como ser muy mansos, carecer de pelo y no poder ladrar. Por eso la
visión de aquellos monstruos recién llegados causaba pánico entre los
indígenas, especialmente al oir cómo ladraban y ver su agresividad, tal como
cuenta el capitán Bernardo de Vargas Machuca (un soldado y veterinario
vallisoletano que participó en la conquista de Nueva Granada) en su obra Milicia
y descripción de las Indias, publicada en 1599.
El caso es
que el bautismo de sangre de los alanos españoles en América llegó, al menos de
forma acreditada, en la primavera de 1495, cuando Bartolomé Colón, el hermano
del Almirante, se llevó a doscientos hombres para la campaña contra los caribes
y como acompañamiento empleó una cantidad similar de perros, lo que da una idea
de la importancia que se les daba como arma. El propio don Cristóbal dejó dicho
que cada can valía por diez hombres en aquellas hostiles tierras, hasta el
punto de que Fray Bartolomé de las Casas, uno de los cronistas fundamentales
para conocer ese período, cuenta en su obra Historia de las Indias que
pronto se hizo habitual azuzar a sus animales contra los indios ante cualquier
sospecha de celada.
Códice Coyoacán Aperreamiento Bibliothèque nationale de France siglo XVI |
Hubo más
acciones, por supuesto. Por ejemplo, Colón utilizó uno de los perros que
llevaba para dispersar a la multitud de indios agresivos que le impedían
desembarcar en Jamaica y empleó una veintena de ellos en la batalla de la Vega
Real (actual República Dominicana), que libró en 1495 junto a Bartolomé, Alonso
de Ojeda y aliados taínos contra la coalición de varios caciques que querían
vengar la muerte de su líder Caonabo: “Muy gran guerra haze acá un perro,
tanto que se tiene a presçio su compañía como diez hombres, y tenemos d´ellos
gran necesidad” dejó escrito el Almirante en su Relación del viaje a
Cuba y Jamaica. No obstante, sería unas décadas después cuando los perros
de guerra españoles entraron en la historia con nombres propios.
Alano español. Wikicommons |
En realidad
el alano no fue la única raza presente en la conquista y no faltarían otras tan
tradicionales de la Península pero empleadas en menesteres diferentes. Es el
caso de los lebreles y galgos, cuya velocidad era muy útil para la caza (Bernal
Díaz del Castillo cuenta cómo utilizaron “una lebrela” para cazar
venados y conejos durante la expedición de Grijalva), o de los mastines,
dedicados a cuidar los rebaños de ganado que los conquistadores solían llevar
consigo en las expediciones. Claro que, explica el historiador Ricardo
Piqueras, a menudo eran “nombres genéricos para hacer referencia a los
perros de guerra, independientemente de la raza canina a la que pertenecieran”.
El buen
resultado dado por los alanos hizo que se les prestase una atención y cuidados
especiales para incrementar dicho rendimiento. Así, con el tiempo empezaron a
enviarse animales previamente entrenados en Castilla, con las orejas recortadas
para reducir el riesgo de heridas en la lucha, y un equipamiento para su
cometido, como escaupiles (chalecos de algodón o cuero), carlancas y una
especie de capucha con navajas afiladas ideada para abrir brechas entre masas
de enemigos. Su aspecto, que Fray Bernardino de Sahagún describe gráficamente
como “perros enormes, con orejas cortadas, ojos de fiera de color amarillo
inyectados en sangre, enormes bocas, lenguas colgantes y dientes en forma de
cuchillos, salvajes como el demonio y manchados como los jaguares”,
equiparándolos con una imagen diabólica, tenía que resultar espeluznante para
cualquier adversario, así que cuánto más a un indio. La descripción del Códice
Florentino es muy parecida: “Pues sus perros son enormes, de orejas
ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman
fuego, están echando chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente
amarillo… Son muy fuertes y robustos, no están quietos, andan jadeando, andan
con la lengua colgando”.
Perros de guerra en América. Parecen mastines pero no soy experto |
Pero
decíamos que algunos perros alcanzaron la fama con nombre propio. El más
popular indiscutiblemente fue Becerrillo, al que la tradición coloca
como propiedad de Juan Ponce de León, gobernador de Puerto Rico y descubridor
de la Florida, pero que otras fuentes vinculan con un capitán más modesto
llamado Sancho de Arango. En cualquier caso, Becerrillo tomó parte en la
conquista de la isla caribeña, combatiendo con tanto vigor que, se cuenta, se
le pagaba a su amo un sueldo por sus servicios equivalente al de un ballestero (superior,
pues, al de un soldado normal).
No debió ser
para menos, si tenemos en cuenta que además de fiereza poseía una inteligencia
poco común que le permitía saber de quién fiarse y de quién no. Así lo
atestiguan las descripciones dejadas por Francisco López de Gómara y Gonzalo
Fernández de Oviedo. El primero, capellán y biógrafo de Hernán Cortés, describe
al can en su Historia general de las Indias como “bermejo, bocinegro
y mediano” pero, sobre todo, destaca que “conocía a los amigos y no les
hacía mal”; el segundo, que además de cronista fue militar y participó en
la conquista de Panamá junto a Pedrarias Dávila, dice en un libro del mismo
título que el anterior que Becerrillo era capaz de distinguir a los
indios amistosos de los hostiles y añade, no sin humor, que “se quedaba
estático contemplando a una india bella y le ladraba a las feas”.
El singular
perro disputó su última contienda en 1514 contra los caribes del cacique
Yaureybo, muriendo de un flechazo envenenado junto a su amo cuando se empleaba en
intentar salvar a éste. No obstante, la leyenda continuaría con Leoncico,
otro animal al que se supone hijo del anterior y que entró en la Historia por
partida doble, ya que formó parte de la expedición que permitió descubrir la
Mar del Sur, es decir, el océano Pacífico. Su dueño, el mismísimo Vasco Núñez
de Balboa, no se separaba de él -ni de otros, pues llevaba varios- porque
bastaban sus estremecedores ladridos para atemorizar a los indios. De hecho, a Leoncico
se le atribuyeron las mismas cualidades de su padre y Fernández de Oviedo
relata que también tenía su sueldo y que, asimismo, “conocía el indio bravo
y el manso como le conociera yo u otro que en esta guerra anduviera y tuviera
razón (…) Y era tan temido de los indios que si diez cristianos iban con
el perro iban más seguros y hacían más que veinte sin él”.
Los perros,
como se puede ver, gozaban de un gran aprecio. Su utilidad era indiscutible
como vigilantes nocturnos y descubridores de ataques por sorpresa: “Sintiendo
el olor de los indios que estaban en la emboscada, fueron hacia el arcabuco y,
sin osar entrar dentro, comenzaron aladrar y descubrieron la celada” cuenta
Fray Pedro de Aguado, un franciscano que dejó dos testimonios de su experiencia
en Conquista y población de Santa Marta y Nuevo Reino de Granada e Historia
de Venezuela. También protegían el ganado o a los enfermos, y tuvieron un
siniestro papel como ejecutores en los aperreamientos, castigo terrible que se
aplicaba en casos especiales como los delitos contra natura (Leoncico
era un especialista en eso y Mártir de Anglería reseña cuando Balboa mandó
aperrear a cuarenta indios que tenían un encuentro licencioso en casa del
cacique, incluyendo algunos “en traje de mujer”) o cuando algunos
desalmados tenían ganas de diversión, como denunció reiteradamente Bartolomé de
Las Casas en su célebre e hiperbólica Brevísima. Entro otros casos, hay
uno muy conocido: cuando Cortés mandó aperrear a un sacerdote y seis nobles
cholultecas y que quedó inmortalizado en el llamado Manuscrito del aperreamiento.
Hernán Cortés con su perro por Ferrer-Dalmau |
El
conquistador de México, por cierto, también contó con esos aliados de cuatro
patas o “ciervos sin cuernos cuyos ojos parpadeaban fuego”, en palabras
puestas en boca de Moctezuma probablemente demasiado poéticas para ser ciertas.
Porque Cortés también llevó efectivos caninos en su expedición (Hugh Thomas
dice que “ni habría pensado siquiera en la posibilidad de privarse de ellos”),
seguramente recordando, por un lado, que su padre le contó cómo su perro Mohama
luchó con tal fiereza en el sitio de Granada que recibió la parte de botín
correspondiente a un jinete y, por otro, que durante la conquista de Cuba
habían acreditado ser muy eficaces para romper las masivas formaciones
enemigas. A muchos de sus animales los perdió durante la Noche Triste, pero los
que sobrevivieron jugaron su papel en Otumba, una batalla en la que fue
necesario el aporte de todos porque les iba la vida en ello; y si el cronista
mestizo Diego Muñoz Camargo cuenta en su Historia de Tlaxcala cómo María
de Estrada empuñó una pica, el gran narrador de aquella aventura, Bernal Díaz
del Castillo, recuerda “con que furia los perros peleaban...”
De hecho,
también hay referencias en la conquista del Perú. William Prescott habla de una
vanguardia canina dirigida por un tal Vasco Núñez durante la captura de
Atahualpa en Cajamarca. Más curioso resulta el testimonio de Garcilaso de la
Vega en el sentido de que también se usaron perros en las guerras civiles de
españoles contra españoles que asolaron el territorio peruano
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Los perros
siguieron siendo protagonistas con nombre propio en América, pues aparte de los
citados conocemos otros como Bruto, el lebrel de Hernando de Soto
(muerto a flechazos cuando perseguía indios durante la bárbara expedición por
la Florida), o Marquesillo, responsable de poner en un difícil
compromiso a Rodrigo de Cieza en Nueva Granada cuando se lanzó contra el
hermano del cacique Pirama y lo destrozó, exigiendo Pirama su muerte (Cieza
mandó ejecutar a otro can parecido al que puso el collar del impetuoso pero
imprescindible Marquesillo). Y podemos seguir nombrando: Amadís, Mahoma,
Turco, Calisto...
Su utilidad
postrera y fatal era servir de comida a sus amos en esas ocasiones tan
frecuentes de hambre extrema; Cieza de León cuenta en Las guerras civiles
peruanas la dramática situación de la expedición de Gonzalo Pizarro al País
de la Canela: “ E padecían grandísima necesidad de comida, porque ya se
habían comido los perros, que eran más de novecientos, e dos tan solamente
habían quedado vivos”. Justicia poética, en cierta forma, pues no faltaron
los casos en los que se les daba carne de indio para comer y no sólo en los
aperreamientos sino para aprovechar la carne de los enemigos caídos o, más
raramente, sin más razón que la crueldad gratuita (“Se consiguió tener en
Popayán carnicería pública de indios para los perros; y se consintió ir a cazar
con ellos indios para cebarlos y darles de comer” denunció el Adelantado
Pascual de Andagoya en una carta a Carlos V fechada en 1540).
No obstante,
la época de esplendor del perro de guerra tocaba a su fin como arma de choque.
Los avances tecnológicos y tácticos en Europa hacían que estos animales
resultaran poco menos que inútiles ante la proporción
cada vez mayor de arcabuceros y mosqueteros, capaces de frenarlos con una
cortina de fuego. Pero, sobre todo, la profesionalización de los ejércitos
hacía que los soldados fueran mejor equipados y protegidos; los canes ya no se
lanzaban contra una hueste de siervos desarrapados y mal armados, por mucho que
Enrique VIII regalara a Carlos V cuatrocientos mastines con armaduras para su
campaña contra Francia. El uso del perro quedó así restringido a América, donde
aún tuvo su protagonismo de la mano de colonizadores de otras nacionalidades,
como ingleses, franceses y holandeses, que también los usaron contra los indios
bien en combate, bien para perseguir esclavos.
En pleno siglo XXI siguen ayudando a sus compañeros humanos |
BIBLIOGRAFÍA:
-Dogs
of war (John J. Y Jeantette Varner)
-Los perros en la
conquista de América: historia e iconografía (A. Bueno Jiménez)
-Los
perros de la guerra o el canibalismo canino en la Conquista (Ricardo
Piqueras Céspedes)
-Los
perros de guerra. Un estudio histórico (Nicolás Edourad de la Barre
Duparcq)
-Verdadera historia de la conquista de Nueva España (Bernal Díaz del Castillo)
-Historia general de las Indias (Bartolomé de las Casas)
-Brevísima relación de la destrucción de las Indias (Bartolomé de las Casas)
-Historia de la conquista del Perú (William Prescott)
-Historiageneral del Perú (Garcilaso de la Vega)
“Perros de guerra en la conquista de américa: fuerza de choque,
vigilancia, persecución y ejecución” Jorge Álvarez – Bellumartis Historia
Militar
Verdadera historia de la conquista de Nueva España (Bernal Díaz del Castillo)
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