A BORDO DE UN SUBMARINO JAPONES- INTERESANTE RELATO DEL MEDICO DEL SUMERGIBLE

Hoy nuestro colaborador Ion Urrestarazu nos trae un relato que encontró investigando en la hemeroteca de El Diario Vasco. En la página 6 del ejemplar del 17 de julio de 1943 nos cuenta el relato del médico de un submarino japonés. Ion tenía dudas de que fuese un relato autentico pero en BHM hemos descubierto que los datos encajan ya que el 2 de enero de 1941 un portaaviones de la clase Lexington fue atacado por un submarino nipón. Era el I-16 de Primera Clase del modelo Hei Tipo C1, Hei gata(S38) (丙型 (S38).
Sin más dilación os dejamos con el relato del médico a bordo del I-16:

El día de mi promoción a bordo de un submarino, un médico de la Marina me dijo:
—A partir de ahora, usted y yo no somos más que dos soldados. Nuestra actividad médica pasa a un segundo plano.
Al principio no creí que viera razón. Pensaba que un médico de la Marina era un hombre de ciencia que se batía con sus conocimientos.
La vida a bordo de mi sumergible cambió este punto de vista. Llegué a ser en pocos días un buen oficial. Descifraba mensajes, hacía guardias, etc.
Submarino de la clase C1
Patrullamos por las aguas enemigas a la busca de una víctima. Nos han señalado en estos parajes la presencia de un portaaviones del tipo "Lexington". Hace ya algunos meses que hemos partido de nuestro puerto y llevamos una existencia dura y monótona. Desde que aparece el día nos sumergimos para volver a remontar a la superficie a la puesta del sol.
Y mientras tanto estoy sorprendido de constatar que, exceptuando un marinero, nadie ha estado realmente enfermo. He examinado, no obstante, con cuidado a toda la tripulación. Desde luego, la falta de víveres frescos se hace sentir. Tengo que luchar particularmente contra el envenenamiento de la sangre, las enfermedades de los nervios, la anemia o los males de estómago. Obligo a la tripulación a tomar tabletas vitaminosas. Y cuando hay algunos que están desganados, he preparado un combinado de mi invención: Es un coktail, compuesto de coñac uva y azúcar, en el cual deshago las tabletas.
Un buen corte de pelo para pasar el rato y por higiene.
Extraido del video 

EFICACIA DE LAS CANCIONES

He obtenido del comandante una autorización para que la tripulación pueda cantar después de cada comida: es necesario para la seguridad física de los hombres. He preparado, igualmente, nitrato de plata y otros medicamentos, pero no tuve necesidad de ellos. Hasta ahora no he gastado más que tintura de yodo y desinfectantes.
Fui designado como médico de a bordo tres días antes de zarpar el submarino. El Japón no estaba todavía en guerra. El primer oficial al cual me presenté, sin levantar siquiera los ojos, me dijo simplemente, con una voz extrañamente dulce:
"El espacio a bordo es más bien reducido. Desgraciadamente no he podido prever todo lo que hará falta para el buen estado sanitario de la tripulación. Encárguese usted de ello antes de la salida. Escriba también su testamento en seguida. Yo ya hice el mío. La vida a bordo de un submarino, aun en período de ejercicios, es de guerra."
Preveía que el viaje sería largo y que no encontraría un sitio donde colocar a los enfermos.
En un corro de oficiales, oí al primer oficial interpelar a un sargento torpedero:
—¿Cómo siguen su señora y su hijo?
—Los han trasladado al hospital marítimo, mi teniente.
—Muy bien. Vaya usted a verlos inmediatamente; yo mismo haré su trabajo.
El sargento con la cara resplandeciente de agradecimiento, saludó y se fué.
A la mañana siguiente, el sargento volvió con la cara pálida y triste.
—El estado de mi hijo es muy grave—dijo.
El primer oficial lo miró largamente sin hablar. Y luego dijo:
—¿Usted quiere un permiso?
—Sí, porque es preciso que esté a su lado. La enfermera que le atiende cree que...
—Yo no puedo concederle este permiso. Vamos a partir pasado mañana por la mañana. Comprendo perfectamente su sentimiento, pues yo también tengo un hijo. Pero en estas circunstancias no puedo complacerle. Su esposa, mujer de soldado, lo comprenderá así. Vuelva al hospital y explíquele a la enfermera que su oficial es un hombre frío y sin corazón. ¿Ha comprendido? Muera o viva su hijo, usted volverá mañana por la noche a las once.
La víspera de la salida, a las once, el sargento estaba ya de vuelta.
—Mi hijo ha muerto—anunció con voz ronca.
El submarino salió con el alba. Estaba ya muy lejos cuando el capitán dió la orden de que parase.
Todo el mundo sobre el puente, vista a la tripulación, el comandante dijo:
"Nuestro navío ha dejado el puerto para realizar una importante misión. El telón de la guerra no se ha levantado todavía, pero los Estados Unidos no dejarán de empujarnos hacia ella. Yo hubiera querido haberles dicho esto antes de la salida, a fin de que ustedes se hubieran despedido mejor de sus familias. Pero comprendan que no he podido hacerlo."
 

NUESTRO CAMPO DE BATALLA SE ENCUENTRA SOBRE TODOS LOS OCEANOS

Prosiguió: "Si la guerra viniera, el campo de batalla no sería limitado al Pacífico, pues se extendería a la Malasia, Filipinas, Océano Indico y Australia. En este caso tendríamos que combatir hasta que la bandera blanca fuese izada en la cumbre de Casa Blanca de Washington."
Durante un corto momento, el silencio reinó sobre el puente, y luego gritamos con una sola voz: "¡Banzai!" y las risas sonaron de nuevo en el sumergible.
Algunos minutos más tarde asistí a una escena conmovedora en el cuarto de los torpederos. El sargento, cuyo hijo había muerto, estrechaba la mano del primer oficial.
—Muchas gracias de todo corazón, mi teniente—decía—. El alma de mi pequeño debe ahora descansar en paz.
Un resplandor brilló en los ojos del primer oficial. Le dió una palmada sobre el hombro y le dijo: "¿Por qué llorar?" El sargento desapareció sin decir una palabra más. Luego más tarde leí un poema de 31 sílabas, que me hizo experimentar su emoción.

Mimakariel Kononakiganao
Byoshono Taumani.
Takusito Yukumito aware.
(El corazón se siente despedazado cuando un soldado se va a la guerra, dejando abandonados a su hijo, muerto, y a su mujer, enferma.)

La vida de a bordo era dura.
El 27 de diciembre de 1941, se aproximaba la fiesta de San Silvestre, se nos permitió que nos lavásemos el cuerpo entero. Hacía veinte días que vivíamos en una atmósfera de presión caliente. La grasa se nos había pegado a la piel. Teclamos derecho a una cuba de agua fresca por hombre. La noche de San Silvestre leímos sobre la cartelera instrucciones del comandante:
"Las fiestas del Nuevo Año han quedado aplazadas hasta el regreso al puerto. Para conmemorar el 1 de enero, se servirá a la tripulación raciones extraordinarias."
Una noche el comandante me hizo llamar:
—A partir de mañana, navegaremos sobre la superficie. Temo a las consecuencias: golpes de sol u otras cosas. Hace ya mucho tiempo que no hemos visto la luz del sol. Quiero que preparemos todo lo que pueda ser necesario.
Pensando que la temperatura sobre el puente sería mucho más elevada preparé agua fresca. Puse algunas gotas en los ojos de los que debían hacer guardias sobre el puente, a fin de protegerles de la luz, y les hice pasar por debajo de la lámpara de rayos violetas para acostumbrarles al sol.
Vino por fin el alba del 12 de diciembre de 1942.
El cielo resplandecía hacia el Este y las estrellas desaparecían una tras otra. El vigía señaló a estribor una patrulla de aviones enemigos. La campana de alarma hizo oír su voz. Tuvimos que sumergirnos inmediatamente. Todos nos precipitamos a nuestros puestos. Las puertas fueron completamente cerradas. Un retraso de diez segundos hubiera podido ser fatal. Con el ojo pegado al periscopio el comandante miraba si el enemigo nos había descubierto.
Cuando el indicador de profundidad marcó los 70 metros, respiramos. Un poco más tarde volvíamos a ver el limpido azul del cielo.
Por tres veces tuvimos que sumergirnos esta mañana. Los aviones patrulleros que nos obligaban a ello, eran la prueba visible de que el enemigo no andaba muy lejos. Pero no llegamos a encontrarlo.
El sol estaba ya ocultándose, cuando por quinta vez repicó la campana de alarma. La tripulación estaba desesperada y tenía los nervios deshechos. El "Lexington" estaba a la vista.
USS Saratoga hacia 1942 
(Nota de BHM: se refiere al El USS Saratoga (CV-3) fue un portaaviones estadounidense de la clase Lexington. El 2 enero de 1942, el Sara fue torpedeado por un submarino japonés de Primera Clase, el I-16, a 500 millas de Oahu, sufriendo la pérdida de 6 tripulantes. Logró arribar a Pearl Harbor para reparaciones básicas, luego fue enviado a Puget Sound, Washington, para reparaciones definitivas y modernizaciones en su defensa antiaérea)

Todo era silencio a bordo. El "Lexington" iba escoltado por dos destructores y un crucero pesado.
La voz del comandante era serena.
La escuadra enemiga poseía sin duda alguna submarinos para resguardarla. Así es que si no dábamos un primer golpe definitivo, tendríamos que sostener un combate a muerte contra un enemigo muy fuerte. Una gran prudencia se impone.
El comandante prohíbe toda circulación por el interior del submarino.
Hace ya cuarenta minutos que la persecución dura. De repente  el comandante ordena sin retirar el ojo del periscopio:
—¡Soltar los torpedos!
El submarino tiembla.
—¡Sumergirse!
Ha entrado el periscopio. El comandante indica la distancia a que se encuentra el "Lexington", a fin de que podamos calcular el momento en que los torpedos llegan a su destino. Cada uno cuenta los segundos en la péndula de a bordo o en su reloj. Cuando llega el momento todas las cabezas se levantan. Se oye detonación, seguida de otras: dos golpes en el mismo blanco.
Con una sola vez gritamos nuestro saludo al Emperador: "¡Banzai!". Nadie puede ocultar sus lágrimas.
El comandante interrogó al radiotelegrafista.
—¿Qué pasa que se oye todavía el ruido de las máquinas del "Lexington"?
—No; no oigo ningún ruido.
—¡Esto es imposible! —exclama el comandante—. Escuche atentamente.
En el mismo momento, el radiotelegrafista arrojó su casco, dando un alarido espantoso. Una terrible detonación le había roto el tímpano. El submarino se estremecía.
—¿Granadas submarinas? —dijo un camarada.
No eran granadas submarinas, pero sí la detonación del "Lexington", que saltaba hecho pedazos.

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