Nuestro
experto en ejércitos del siglo XV y XVI, Juan Molina Fernández nos adentra en
el primer Ejército de España, las
Guardas de Castilla.
A
pesar de la fama de los archiconocidos tercios y, en menor medida, de la Santa Hermandad Nueva, es indudablemente menos conocido el primer cuerpo militar
español (aunque originalmente castellano) completamente profesional y
permanente, las Guardas de Castilla,
también conocidas como las Guardias
Viejas de Castilla. Éstas se crearon en 1493, tras la conquista de Granada,
buscando mejorar los ejércitos hispánicos.
A
pesar de su nombre, no ejercían como guardia real de los monarcas en ningún
sentido, sino que consistían en un
cuerpo de caballería pesada (hombres de armas o lanzas) con apoyo de caballería ligera (lanzas
jinetas) y su objetivo era competir con los famosos gendarmes franceses (formados por hombres de armas pesados, “arqueros
de ordenanza” o caballería media, y los routiers
o caballería ligera de apoyo), ya que su nación se perfilaba como la principal
amenaza exterior a España. Inicialmente formadas como un cuerpo de élite, poco
a poco, debido a la dejadez de la corona y a la cada vez más irrelevancia
táctica de estas unidades, fueron perdiendo su prestigio y capacidad a partir
del siglo XVII, siendo en sus últimos años una unidad casi residual e
inexistente en la práctica, hasta su disolución por parte de Felipe V, que ya
no las menciona en sus ordenanzas.
Su
fama podríamos decir que es bipolar, teniendo grandes victorias y fama en el
siglo XVI, para luego caer en espantosas derrotas y el más absoluto olvido a
partir del siglo XVII, especialmente tras la guerra de restauración de Portugal
y en la rebelión de Cataluña.
En
este artículo nos centraremos en sus organigramas y armamento, además de en sus
principales campañas, exponiendo tanto sus virtudes como debilidades y
problemas de la unidad.
Organización
Debemos
entender, en primer lugar, que las Guardas eran fundamentalmente unidades
castellanas y fueron utilizadas principalmente en el territorio peninsular. Sin
embargo, durante el reinado del emperador Carlos V, fueron enviadas a varios
teatros de operaciones europeos en el contexto de las Guerras de Italia, si bien generalmente compañías sueltas que, en algunos
casos, tras las campañas, se disolvían por motivos económicos.
Dentro
de su orgánica el mando supremo de todas las Guardas de Castilla recaía en el Veedor General de las mismas, que
aunque en principio debía mandar en campaña la totalidad de las compañías de
las Guardas, en la práctica era un rango principalmente administrativo, debido
a que estas solían desplegarse en compañías sueltas. Respondía únicamente ante
el Consejo de Guerra del rey.
El
veedor tenía una gran cantidad de oficiales de alto rango y ayudantes, debido a
que los acuartelamientos de las Guardas estaban dispersas por toda la península
Ibérica. Así, en la orgánica de 1525, se establecían los siguientes oficiales
superiores:
-
El
teniente del veedor general, que básicamente actuaba de subalterno
directo y sustituto.
-
Dos contadores
del sueldo, que debían encargarse de las labores de tesorería por todo el
territorio y nombraban a los veedores ordinarios. En ocasiones nombraban
también un tesorero general.
-
Un pagador,
encargado de aclarar las cuentas y distribuir el dinero entre todas las
compañías de las Guardas. Reciben el dinero de los contadores. La
responsabilidad de todo fraude en el pago recaía sobre ellos, por lo que
manejaban una gran cantidad de documentación. En años venideros se duplica el
cargo debido a su dificultad.
-
Dos veedores
ordinarios, que actúan inicialmente como “subcomandantes” de las Guardas y
segundos de los contadores, pero con el tiempo pierden gran parte de sus
atribuciones militares (salvo el veedor de Navarra, que mantuvo su autoridad
militar) y sólo sirven como “inspectores generales” de los contadores. Aunque
eran nombrados por los contadores, podían ser recusados por el veedor general.
En años venideros, cada compañía dispondrá de su propio veedor que era nombrado
por el Consejo de Guerra del rey directamente para evitar fraudes y
corruptelas.
-
Un alcalde,
responsable de la administración de la justicia en las Guardas. Si había que
juzgar un asunto entre en pueblo llano y las Guardas, sin embargo, la
jurisdicción recaía en el corregidor civil y sólo se encargaba el alcalde si el
corregidor no podía estar presente. Además, era el encargado de determinar los
acuartelamientos de las Guardas, con el objetivo principal de evitar conflictos
con la población civil.
-
Un alguacil,
bajo el mando del alcalde, responsable de las labores policiales en las
Guardas, posiblemente al mando de varios subalternos.
-
Dos visitadores,
uno de las fortalezas granadinas y otro de las Navarras, cuya labor consiste en
comprobar que los castillos donde se acuartelan las Guardas estén en buenas
condiciones y, si no es así, acondicionarlos. En las ordenanzas de 1551 ya no
se les menciona, coincidiendo con la progresiva decadencia del uso de las
fortalezas peninsulares.
-
Un receptor
general (en ocasiones llamado “receptor de la paga” o “receptor de penas de
cámara”, pero podrían ser cargos diferentes no bien explicados en la
documentación), funcionario administrativo sin poder militar cuyo objetivo es
contabilizar pagas y procesar documentación administrativa.
-
Un secretario
del receptor.
-
Un veedor
general honorario, que no es más que un cargo de adorno sin función ni
poder alguno.
Posteriormente
se unen a la orgánica dos oficios manuales para apoyar a las Guardas:
-
Tres asteros, artesanos responsables de la fabricación de las lanzas de
caballería de todos hombres de las guardas. A partir de 1551 su número se
reduce a dos. Irán desapareciendo en favor de contratar un astero en cada
compañía.
-
Un sillero,
artesano responsable de la fabricación de sillas y arreos para las todas las
compañías. A finales del siglo XVI su número aumenta a dos.
Aunque
no se mencionan en las ordenanzas, caben destacar cargos “oficiosos” que en
muchos casos se acabaron convirtiendo en oficiales, como el escribano, ayudante del veedor general
en temas administrativos; los tenedores
de bastimentos, básicamente comerciantes que se dedicaban a conseguir todo
lo necesario para el buen funcionamiento de las Guardas con cierto componente
exclusivo; o los veedores
extraordinarios, cargo temporal al que se le daba el mando de los Guardas
de una región o un grupo de compañías dadas.
A nivel de compañía,
la orgánica tiene ciertas similitudes con otras unidades de su tiempo, siendo
el cabeza de las mismas un capitán,
que tiene el mando tanto militar como administrativo de la compañía y es el
máximo responsable. En las Guardas, los capitanes son casi exclusivamente de
origen noble, así como la gran mayoría de la tropa. Existían dos tipos de
compañías de las Guardas: las compañías de hombres de armas (15 a principios del
siglo XVI) y las de jinetes (9 a principios del siglo XVI). Posteriormente, a
finales del siglo XVI, se crearían compañías de arcabuceros a caballo, pero no
hay muchos registros y a principios del siglo XVII ya no se las menciona, con
lo cual o se disolvieron o carecían de importancia. Las compañías estaban
formadas por 48 hombres de armas o bien 40 caballos a la jineta (salvo la
compañía de Álvaro de Luna, formada por 100 hombres de armas y la compañía del
Marqués de Mondéjar, que tenía 80 caballos a la jineta). Los oficiales y
personal de apoyo bajo el mando del capitán eran los siguientes:
-
Un teniente,
cargo elegido a dedo por el capitán (pero que debía tener el visto bueno del
Consejo de Guerra del rey) de vital importancia, ya que era el segundo al mando
y su sustituto en caso de ausencia, cosa frecuente. Por lo general, un capitán
de las Guardas residía en su propio hogar, generalmente lejos de la guarnición,
así que el mando del día a día recaía inevitablemente en el teniente.
Teóricamente, las ordenanzas disponían que el capitán debía vivir al menos de seis
a ocho meses al año con la tropa en tiempos de paz, pero parece poco probable
que se cumpliera.
-
Un alférez,
responsable de la salvaguarda del guion o estandarte de la compañía y segundo
al mando teórico de la compañía. Era una especie de “capitán en prácticas” en
muchos casos.
-
Dos cornetas,
responsables de los toques y de las comunicaciones de la compañía con el resto
del ejército.
-
Un contador,
responsable administrativo y económico de la compañía.
-
Un aposentador,
encargado tanto de los suministros como de dar aposento a todos los miembros de
la compañía.
-
Un herrador,
encargado de, como su nombre indica, herrar a todos los caballos de la compañía.
-
Un armero,
encargado del mantenimiento de las armas defensivas (armaduras) de los hombres
de armas y jinetes.
-
Un astero,
que tiene la misma función que su versión en escalas superiores, fabricar y
mantener las lanzas, pero a nivel de compañía.
Además,
cada compañía tenía un número indeterminado de escuderos y pajes, ya que cada
hombre armas o jinetes debía costearse los suyos propios. Muy probablemente, al
ser la mayoría de miembros procedentes de la nobleza, mantendrían una media de
dos pajes. Destaca, a diferencia de las compañías de infantería, la
inexistencia de barberos o de capellanes o, si existen, no se les menciona en
la documentación.
En
cuanto a los caballos, en origen cada hombre de armas debía poseer dos
caballos: uno de guerra y otro de silla; mientras que los jinetes sólo debían
poseer uno. Sin embargo, según avanzó el siglo XVI, se dio orden de que sólo
era necesario poseer uno en las compañías de hombres de armas, lo que
posiblemente afectó notablemente en la calidad de las monturas.
Armamento
El
armamento de las Guardas de Castilla
varía fundamentalmente del tipo de compañía a la que pertenecía el jinete. Si
pertenecía a las compañías de jinetes,
en origen portarían como protección una brigantina (coraza formada por pequeñas
piezas de hierro remachadas en una suerte de chaleco de tela fuerte o cuero),
grebas, quijotes y celada, en ocasiones también alguna protección de brazos,
pero por lo general ligera. Como armas, llevaban una lanza jineta (lanza
ligera, pero larga, utilizada para combates de hostigamiento), una adarga
(escudo de cuero de origen norteafricano), una espada y una daga. Parece ser
que tras las ordenanzas de 1551, los jinetes de las Guardas pierden su lanza
jineta y es sustituida por una lanza de caballería normal, y posiblemente
pierden paulatinamente la adarga al disminuir su utilidad en el combate directo,
ya que con las protecciones de esa época, carece de utilidad en el choque. En
cuanto al armamento defensivo, cada vez son más parecidos a los hombres de
armas, hasta ser simplemente una versión aligerada de éstos, sin apenas
diferencias.
Si
el caballero pertenecía a las compañías
de hombres de armas, este iba equipado con un arnés blanco completo para su
protección en origen. Como armas ofensivas, tendría la lanza de caballería
(lanza pesada diseñada para el choque, que necesita de un ristre para su uso
adecuado), una espada (en origen posiblemente el llamado “estoque” o “espada
larga”, llamado hoy en día “espada de mano y media”), una daga (de punzón,
generalmente en la forma “de rodela” o “de orejas”) y, en muchas ocasiones,
armas contundentes como mazas, hachas o martillos. Posteriormente, se aligeró
el arnés, perdiendo las protecciones de las piernas y se añadió el uso de al
menos una pistola de silla, sin perder en ningún momento la lanza (al menos
hasta el primer tercio del siglo XVII, donde es muy probable que la lanza se
perdiera por completo). Armas antiguas, como las “mano y media” o las “dagas de
orejas”, fueron sustituyéndose por armas más acordes con su tiempo, como
espadas de lazos o dagas de mano izquierda. En 1633 se suprimió la lanza y
pasaron a usar dos pistolas tercerolas.
El
poco tiempo en el que las Guardas tuvieron arcabuceros
a caballo (básicamente la segunda mitad del reinado de Felipe II y los
inicios del reinado de Felipe III) éstos iban equipados al modo común de esta
tropa: coraza, peto o cuera, junto con un casco ligero del tipo borgoñota o
capacete, espada, daga, arcabuz corto y al menos una pistola (aunque se han
dado casos de arcabuceros a caballo con hasta tres pistolas además del
arcabuz).
Cabe
destacar que este es el equipo teórico y pese a que en el siglo XVI por lo
general se cumplió, la crisis de la monarquía durante el siglo XVII provocó una
falta de pagas de las guarniciones peninsulares en beneficio de las europeas.
Esta falta de pagas provocó que, en los alardes, donde se aseguraba que cada
caballero portara el equipo adecuado (y si no lo presentaba adecuadamente, no se
le pagaba el sueldo), fuera común encontrar guardas a los que les faltaban
piezas de armadura, o estas eran muy viejas, o incluso hubo casos de guardas
sin caballo o sin armas. También se comprobó en estos alardes a partir del
siglo XVII la precaria disciplina de estas tropas, materializándose en el
vergonzoso hacer en la guerra de Portugal, donde las Guardas ocasionaron
problemas y derrotas, pero ningún éxito.
Campañas importantes de
las Guardas de Castilla
La
primera campaña de importancia de las Guardas fue la guerra de las Comunidades en 1520, donde los hombres de
armas de las mismas se dividieron en los dos bandos. Por suerte para el
emperador Carlos, en ese momento las Guardas pasaban un inicial momento de
dejadez y sólo estaban listas para el combate y perfectamente equipadas cerca
del 10% de las lanzas. Tanto es así que se tuvieron que reforzar las compañías
leales con unidades de infantería.
En
1521, todas las fuerzas disponibles de las Guardas se movilizan para la guerra contra Francia, uno de los pocos
momentos donde se movilizan fuera de las fronteras ibéricas. Las Guardas
tuvieron su pequeño momento de gloria en la carga contra la gendarmería
francesa en Pavía, aunque la victoria final la consiguieran los arcabuceros
españoles. Irónicamente, el triunfo de Pavía significo un recorte en las
Guardas, que vio reducido el número de hombres debido a la evidencia de la
mayor utilidad de la infantería y la falta de dinero (los 1800 hombres de armas
quedaron reducidos a 980 y de los 1072 jinetes quedaron 639). De hecho, y como
curiosidad, las arcas imperiales estaban tan mal, que a los hombres que se les
obligó a licenciarse se les pagó con tejidos de paño. A partir de ahora, las
pagas atrasadas se convertirán en endémicas en este cuerpo.
Felipe
II intentó aumentar el número de hombres de armas en Navarra (peligrosamente cerca de Francia) y de jinetes en Granada (ya que el terreno y la
tradición favorecían este tipo de caballería), pero se encontró con el muro
presupuestario y no pudieron aumentarse los efectivos tanto como se hubiera
deseado. En 1568, durante la guerra de las Alpujarras, las Guardas volvieron a
brillar brevemente, especialmente las compañías de lanzas jinetas, que se
mostraron muy efectivas en la guerra de guerrillas habitual durante este
conflicto. Posiblemente, y esto es suposición del autor, se recuperaron las
viejas lanzas jinetas debido al terreno, pese a que las ordenanzas estipulaban
el uso de lanzas de caballería por parte de los jinetes ligeros.
En
la guerra en Portugal que devino de
la muerte del rey Sebastián I en 1580, las Guardas de Castilla volvieron a
tener un papel importante, tanto hombres de armas (800 caballeros) como jinetes
(900 entre jinetes y arcabuceros a caballo). En este conflicto será la única
vez que se verán compañías de arcabuceros a caballo en las guardas, formadas ad hoc para la campaña. Si bien en este
caso, el peso de la guerra lo llevaron los tercios debido a la deriva militar
de la época, la “caballería de élite” del conflicto estuvo formada por las
Guardas. Cabe destacar que en esta guerra también participaron jinetes de la
Guardia de Costa de Granada, otro cuerpo militar español muy olvidado y de gran
importancia en la defensa territorial española contra los piratas berberiscos.
En la batalla del puente de Alcántara, la caballería fue crucial en la
victoria. Tras la victoria, las Guardas se utilizaron como fuerza policial para
evitar saqueos en la capital, Lisboa, por parte de los soldados españoles. Al
acabar la guerra, quedaron en Portugal como guarnición tres compañías de
hombres de armas y tres de caballos ligeros (tanto jinetes como arcabuceros a
caballo).
En
1591 vuelven a la acción las Guardas debido a las Alteraciones de Aragón, donde las Guardas no se desempeñan todo lo
bien que deberían, por lo visto, debido a fallos de mando e intendencia. En
ella participarán la mayor parte de las compañías, pero no su totalidad. Se
ordenó a las lanzas pesadas de las guardias acantonarse en Logroño donde al
parecer hubo problemas graves de alojamiento y alimentación para hombres y
caballos. Además, parece ser que se ordenó a las lanzas pesadas equiparse “a la
ligera” (sin grebas ni quijotes, que ya estaban en franca decadencia) para que
no se notaran las falta de equipo en los caballeros, que aunque debían portar
grebas y quijotes, muchos evitaban comprar estas incómodas piezas de armadura.
Sin embargo, a pesar de todas las desavenencias entre mandos y dificultades del
terreno, las Guardas, tanto los hombres de armas como los jinetes y arcabuceros
a caballo tuvieron un papel clave en el levantamiento originado por Antonio
Pérez, siendo claves en la detención de una fuerza de hugonotes franceses y
exiliados aragoneses que entró al reino de Aragón en apoyo del levantamiento.
Esta
será la última nota luminosa en las Guardas, que a partir de ahora entrarán en decadencia paulatinamente,
pero especialmente a partir de 1621 con la llegada de Felipe IV y el Conde-Duque de Olivares. Olivares intentó
reformar las Guardias Viejas sin mucho éxito, intentando volver a
convertirlas en unidades de combate efectivas (por ejemplo, suprimiendo
definitivamente la lanza y sustituyéndola por dos pistolas e implementando
medidas contra la corrupción), pero la falta de medios económicos sentenció de
nuevo toda reforma a su fin. Tuvieron actuación en las rebeliones Cataluña y Portugal, donde fueron especialmente
ineficaces. No presentaban combate y se dedicaban fundamentalmente al pillaje.
Muchos hombres se presentaban a los alardes sin montura o equipo adecuado y la
mayoría de los oficiales ausentes de sus plazas. Pese a que las ordenanzas de
Olivares ordenaban compañías de 100 hombres, las mayores no pasaban de 40 y
estaban, como hemos dicho, mal equipados. La falta de disciplina y de medios
supuso su inmediato descarte en futuras operaciones, pero no se extinguieron
aún.
Comienza
una época en la que las Guardas carecen de relevancia alguna, siendo de facto
olvidadas, dándose el caso de impagos a las compañías de más de una década y convirtiéndose
la pertenencia a las Guardas en casi un cometido que se tenía por broma. Para
1690 estaban de facto extintas, ya que no existían efectivos, aunque sobre el
papel aún se nombraban mandos. Con la llegada de Felipe V al poder quedan
extintas, ya que ni se mencionan en sus ordenanzas.
Aunque
la nueva revolución militar relegó a la caballería a un segundo plano, las
Guardas de Castilla siguieron siendo consideradas una élite y un símbolo de
marcialidad y nobleza hasta el siglo XVII, cuando el modelo de caballería
tradicional cayó definitivamente.
La
mayor parte de esta información ha sido extraída del libro Las guardas de Castilla (Primer ejército permanente español),
de Enrique Martínez Ruiz y Magdalena de Pazzis Pi Corrales.
“Los Guardas de Castilla, el primer ejercito
de España” Juan Molina Fernández – Bellumartis Historia Militar
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