LOS DIOSES DEL PRETORIO, la religión en la Guardia Pretoriana

 
En la anterior entrega Arturo Sánchez Sanz nos mostró como era un día de permiso de un pretoriano y hoy nos dirá como eran las creencias religiosas mayoritarias a lo largo de la historia de esta la guardia del Emperador de Roma. 
La institución del pretorio albergaba muchos aspectos importantes y menos conocidos más allá del ámbito político o militar. La religión romana politeísta admitía en su seno muchas opciones que, en gran medida, dependían de los intereses propios de cada ciudadano al margen de cultos más importantes como el de Júpiter Capitolino o el debido a la figura del emperador. Incluso, aquellos soldados peregrinos que actuaban en Roma mantenían algunas de sus creencias previas sin mayor problema o crítica al respecto, y aun a pesar de la leyenda negra sobre los intentos del Estado para homogeneizar el culto y el sentimiento de unidad entre las tropas. Toda la ayuda divina era poca cuando se trataba de colaborar para preservar la vida de aquellos para aquellos soldados quienes tenían una esperanza de vida desalentadora.

El emperador Marco Aurelio (161-180)
sacrificando un buey tras las victorias contra
los germanos en el Templo de jupiter
El ámbito religioso afectaba a todas las esferas de la sociedad antigua, y al mundo militar quizá más aun, por cuanto la vida del soldado corría permanente peligro de reunirse con los dioses antes de tiempo y esperaban quizá aún más la ayuda divina para retrasar ese momento. La ambición expansionista romana permitió que entrara en contacto con muy diversas culturas que, a la postre, en su mayor parte quedaron asimiladas. Sus habitantes, a pesar del proceso cultural romanizador, mantenían costumbres y creencias particulares que, en muchos casos, eran aceptadas dentro de sus nuevas fronteras. Roma, la capital, se había caracterizado siempre por acoger templos dedicados a multitud de dioses extranjeros que facilitaban a los peregrinos habitar en ella sin extrañar parte de su cultura o descuidar su devoción. Una mentalidad que primaba el aspecto práctico. Si un enemigo era derrotado, al margen de la importancia que la superioridad del ejército romano hubiera desempañado en ello, se entendía que sus dioses no alcanzaban el poder de aquellos venerados por los vencedores y, reconociendo esa superioridad, habían abandonado a sus fieles en favor de aquellos. A través de fórmulas rituales como la euocatio, los romanos permitían que se siguiera rindiendo culto a tales deidades, no solo dentro de sus fronteras, sino en la propia capital.
Monedad de Flavio Varelio Severo con el genio de Roma
Al margen del debido culto al emperador, la superstición y religiosidad de los soldados romanos se manifestaba de muy diversas maneras. Del mismo modo que se creía en la existencia de un “genio” con carácter protector y asociado a las que un día fueron personas físicas, este tipo de manifestaciones se adjudicaba también a otras entidades. Sucedía con la propia centuria, como unidad militar a la que estaban adscritos los soldados del pretorio, asociándola a la existencia de un genio que podía propiciar y otorgar su protección a los miembros que la integraban si se le rendía culto adecuadamente. También al genius praetorii, junto a Júpiter Óptimo Máximo, al Sol Invicto (Mithra) y a Liber Pater (Baco). Con el tiempo, los genios particulares de cada centuria dejarían paso a la creencia en un genio protector para el conjunto de las cohortes y efectivos pretorianos, aunque con menor predicamento. Era el propio tribuno de la cohorte a la que pertenecía o el centurión al mando de cada una de ellas, los principales oficiantes de los rituales que se le realizaban. Incluso, se personificaba tal entidad a través de figurillas con forma humana que se depositaban en una hornacina colocada en un altar situado dentro de los Castra Praetoria.
Jupiter
Este tipo de actos religiosos incluían libaciones y sacrificios periódicos. A veces se han localizado inscripciones dedicadas a este genio conjuntamente con otro tipo de entidades como héroes mitológicos (Hércules defensor) o dioses (Fortuna). En lo que se refiere a las creencias que los pretorianos profesaban a los dioses que formaban el panteón romano, el principal era Júpiter (con sus más de 100 apelativos conocidos), quien representaba al Estado romano, también a Marte (quien disponía de un templo dentro de los Castra Praetoria) o a algunas de las deidades mayores y menores como Silvano, Mercurio, Juno, Minerva, Hércules, Felicitas, Salud, las Parcas, los dioses campestres, Apolo, Némesis, Diana, Baco, los dioses Manes, el genio del emperador, los genios de los jinetes, etc. así como dioses extranjeros como el Teutates Meduris y Epona celtas, las Matres Suleuiae germanas o los orientales Mitra, Doliquenus, Beellefarus (asociado a Júpiter), Zeus de Olimpia, abstracciones personificadas y divinizadas, como la Perpetua Securitas, la Tutela, la Fortuna, la Disciplina (Ara Disciplinae) o la Victoria, a dioses relacionados con la sanación y la medicina como Esculapio para agradecerle el cumplimiento del servicio sin incidentes una vez finalizado o solicitar su ayuda para que así sea, etc. Incluso, no sería extraño pensar que ya a finales del s. II d.C. algunos de los singulares practicaran la fe cristiana, y muchos soldados hicieron lo propio con divinidades de origen oriental como Mithra, al dios tracio de la salud y la caza, Hero, la Magna Mater, Hygia (hija de Asclepio), a personajes históricos quizá divinizados como Sindria (reina de Filipópolis, en Tracia), el Dios Paterno Biuba, Belenus Augusto (divinidad relacionada con la luz, el Sol y el fuego), deidades celtas, al Dios Santo Cocidius (originario del Norte de Britania como deidad local que los romanos asociaban a Marte y a Silvano), los Dioses Paternos, etc.
Mitra muy popular entre los soldados
La existencia de soldados pretorianos que profesaran la fe cristiana puede resultar inicialmente sorprendente, al menos hasta la legalización del culto por parte de Constantino a comienzos del s, IV d.C., pero existieron. El primero del que tenemos noticia fue un speculator Augusti en el 211 d.C. cuando tuvo que declarar ante el prefecto del pretorio tras rehusar a portar la corona de laurel con el resto de pretorianos en honor al donativo entregado por Caracalla y Geta. Sin embargo, no sería ese el motivo de su encarcelamiento, sino incumplir las ordenanzas oponiéndose a portar el atuendo reglamentario. 
No han sido pocas las ocasiones en que este pasaje se ha utilizado para señalar la oposición del Estado romano al cristianismo aunque, en este caso, los motivos de su falta eran otros. Este relato nos hace suponer que solo la conciencia individual de cada practicante podía revelar alguna discrepancia con respecto a su deber, de manera que cualquier condena lo era por contravenir este, no por sus creencias, dado que, probablemente, no era el único ni el primer soldado cristiano que existió en el pretorio. Tendremos noticias de otro creyente pretoriano en el 244-249 d.C., durante el gobierno de Filipo el Árabe. A partir de este momento, y poco a poco, más referencias comenzaran a aparecer. En época de Diocleciano y Maximino (295 d.C.) un procónsul dialoga frente a un soldados que se niega a actuar como parte de la guardia imperial de la tetrarquía (sacer comitatus), alegando que su fe cristiana le impide hacer mal al prójimo. En el texto, el procónsul Dión se muestra sorprendido por su obstinación a la vez que no alcanza a entenderla, pues reconoce que otros cristianos ya forman parte de él sin mayores problemas. Su interlocutor no hizo por más que explicarle la razón, cada cristiano es libre de actuar de la manera que crea más adecuada hacia su fe y su conciencia.
Tales palabras son muy reveladoras, no solo expresan la existencia de cristianos en el pretorio sin que estos mostraran remisión alguna ni el Estado romano lo impidiera de ningún modo. Maximiliano, el soldado, en ningún momento trata de ocultar sus creencias, las expresa sin temor alguno y con franqueza, lo que nos ofrece una idea acerca de la situación del cristianismo en ese momento del imperio romano, sin que pretendamos ahora entrar a relatar los procesos de persecución a la fe cristiana que se produjeron durante el periodo imperial romano y que sería necesario analizar más extensamente y en detalle. En lo que se refería al Estado y al emperador, y al igual que sucedía con el resto de numerosos cultos y creencias entre las gentes de todo el imperio, lo importante era que sus soldados respetaran las normas y actuaran siempre como se esperaba de ellos según el reglamento y las obligaciones contraídas, aceptando a los que no tuvieran inconveniente en ello y castigando a todos los que no cumplieran esto requisitos, independientemente de su credo.
Constantino y la visión de la cruz, "In hoc signo vinces".
Museos Vaticanos realizado por los alumnos de Rafael 
Sin duda, una vez que Constantino decidió convertir el cristianismo en la religión oficial del Estado romano, el número de fieles entre el pueblo y las tropas se incrementó considerablemente, no así en el pretorio, pues había sido desarticulado en ese mismo momento (312 d.C.) y nunca volvería a instaurarse.


Los dioses del pretorio, la religión en la Guardia Pretoriana” Arturo Sánchez Sanz – Bellumartis Historia Militar

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