VIETNAM, LA GUERRA DE LAS CIFRAS


-Bueno, ya sabéis qué debéis hacer – dije a Allen, el jefe de la patrulla-. Os disponéis en emboscada durante un rato. Si nadie se acerca, entráis en la aldea y los prendéis. Cazad a esos malditos vietcongs. “Arrebatadlos” y traedlos aquí, pero si os plantean algún problema, matadlos.-Señor, dado que se supone que no debemos entrar en la aldea, ¿qué decimos si tenemos que matarlos?-Diremos que cayeron en nuestra emboscada. No te preocupes. Todos los jefazos quieren cadáveres.


Hoy Esaú nos va a hablar del conflicto de Vietnam, a partir de las memorias que dejó escritas el teniente Philip Caputo en su obra Un rumor de guerra.

La guerra del Vietnam fue un conflicto donde, desde el principio, no hubo frentes establecidos, como podía haber en anteriores, ni posiciones que tomar (y si se hacía, se abandonaban pronto, como fue el caso de la Dong Ap Bia o “colina de la Hamburguesa”) Era una guerra que dejaba descolocado a los oficiales que habían surgido en la Segunda Guerra Mundial y crecido en Corea pues, por primera vez, se trataba de una guerra de “voluntades”, no de territorio. Es decir, la estrategia que se impuso EE.UU. a corto plazo era obligar a que el Viet Cong (nombre con el que se conocía al Frente Nacional de Liberación de Vietnam) acudiese a la mesa a negociar, y poder luego abandonar Vietnam.
Se estableció como forma de medir el progreso obtenido por las tropas, a falta de ganancias territoriales, el cuenteo de los enemigos muertos (se llegaban a publicar diariamente en los periódicos norteamericanos) y con estos datos los “halcones” establecían el progreso de la guerra, llegándose a decir que “el número de muertos definió a esa era”.
Se creó una fijación por las bajas causadas al enemigo como indicador de la eficiencia de oficiales y unidades, y  cuando se entra en una carrera por mejorar un indicador (como si de una empresa moderna se tratase) las unidades buscan conseguir la mayor cantidad de muertos posible… dentro de ciertas normas que ellos mismos se dan.
Ejemplar del Anaquel de Esaú
Y en esta guerra de cifras entra Philip Caputo, escritor y periodista estadounidense que, durante la guerra de Vietnam, sirvió como teniente en un pelotón de fusileros del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos (USMC), estando desplegado en Vietnam del Sur. Al finalizar su servicio, se convirtió en periodista y cubrió (paradojas de la vida) la caída de Saigón en 1975.
Caputo comienza el libro explicando por qué se unió al USMC, y cómo luchó, contra el enemigo y por su vida durante casi un año. Cuenta que como muchos jóvenes de su generación se alistó para probarse a sí mismo (era lo que había que hacer, como su padre y su abuelo antes), y fue llevado a Vietnam sólo por lo que él consideraba el “romance de la guerra”. Así, el 8 de marzo de 1965, llegó al sudeste asiático entre las primeras unidades de tropas regulares estadounidenses enviadas allí (dentro del 3er Batallón de la 9ª Brigada Expedicionaria de Marines), para defender una base aérea.


Este teniente había recibido formación en guerra de guerrillas en Quántico y llegaba ansioso por ganar unas cuantas medallas (y, de paso, bautizarse en el combate), pero pronto se decepciona, pues no llega a ver acción como él considera que debería ser, y todo el tiempo su compañía se enfrenta a un enemigo invisible (que, sin embargo, le produce bajas dentro de sus hombres), se enfrentan a grandes insectos, un clima horrible, largos períodos de espera y tedio, aburrimiento hasta el punto de llevarles a la locura, fatiga de la que nadie se recupera, raciones de comida frías, soldados a punto de desmoronarse, mandos superiores locos y, sobre todo “mierda, más mierda y aún más mierda”.
Soldados muertos del 2º Batallón de la 1º División de Infantería en una misión “típica”,
 a pocos kilómetros de la frontera con Camboya.
En sus acciones de “búsqueda y destrucción”, cualquier encuentro, incluso el más ocasional con el enemigo, provocaba alguna baja entre los USMC, jóvenes que eran heridos por trampas explosivas, minas, francotiradores, accidentes, fuego amigo y la impenetrable selva. El mismo autor reconoce que, en los primeros meses, muchos perdieron su juventud y sus ideas sobre la muerte y la guerra, ganando en la temible sabiduría del cinismo que surge de tener a la muerte como compañera.
Escena de La Patrulla con Burt Lancanster, donde se aprecia alguna de las “nuevas ideas”
 aplicadas a la guerra. Aquí el semáforo del peligro…
En un momento dado, Caputo es transferido a Estado Mayor como oficial a cargo de la muerte, debía contar los muertos (propios y enemigos) y mantener los registros para enviarlos más arriba (hasta llegar a la mesa de MacNamara, que todos los días desayunaba leyendo miles de columnas de estos datos) Este puesto implicó que Philip Caputo tuviera que acostumbrarse a ver los horrores de la guerra, y llegó a darse el caso de que, cada muerte, era para él sólo una estadística. Y estuvo meses en esa situación, soñaba con ese momento, odiaba su trabajo, y la locura que implicaba, y los mandos con sus ideas y disciplinas anticuadas “escupitajo y pulido” lo llega a llamar. Y cuando no puede más, a punto de cometer una locura, la solución fue volverlo a nombrar oficial de una patrulla. Esto piensa que lo salvó, estaba contento de volver con sus hombres, aunque tenía que volver a soportar interminables patrullas, bombardeos, emboscadas, Vietcongs, y empezó a charlar con la propia muerte.
El libro llega a su fin narrando la “corte marcial” en la que fue juzgado él y cinco de sus hombres por asesinato con premeditación (que implica la muerte del civil Le Dung y que se narra al principio de todo el artículo, un supuesto Viet) durante una de las redadas en una aldea. El veredicto os lo podéis imaginar… todos absueltos y Philip Caputo recibió solo una reprimenda del Juez (y, en este caso, por haberle ordenado a sus hombres que mintiesen). Posteriormente es enviado a Okinawa y, por último, abandona los Marines.
Juicio militar en la Guerra de Vietnan.Foto: Gordon.army.mil
El epílogo de la obra (y que fue lo que le hizo escribir el libro) trata sobre la evacuación del autor (ahora periodista) de Saigón cuando el Vietcong se hizo cargo de Vietnam casi diez años después, y es cuando se da cuenta de que lo que él percibía que podría pasar una década antes, había ocurrido, y que debía escribir el libro basado en sus memorias.
En 1977, dos años después de que el último helicóptero despegara de la azotea de la embajada de EE.UU. en Saigón, Douglas Kinnard, general retirado, publicó un libro llamado The War Managers (Los gestores de la guerra) en que explicaba el problema que les suponía al alto mando la guerra de la cuantificación. Palabras como, falso, inútil, mentiras descaradas… pueden hacernos ver la realidad, y es que muchos datos eran exagerados del primero al último de la cadena de mando de muchas unidades, debido al increíble interés mostrado por McNamara. Fue una guerra en la que todos mintieron, y nadie quiso percatarse que, sus decisiones, eran fruto de unas novedosas operaciones matemáticas, donde los datos que debían ser suministrados eran erróneos desde el principio, y cuyo resultado tenía que ser, obligatoriamente, una falacia.
OS PUEDE INTERESAR EN BHM:
El fin de la guerra, un tanque norvietnamita entra en el palacio presidencial de Saigon un 30 de abril de 1975.

“Vietnam, la guerra de las cifras”  Esaú Rodríguez Delgado – Bellumartis Historia Militar 

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