Como
bien creían los espartanos una ciudad no precisa más murallas que la valentía
de sus defensores o como sentenció Plutarco con sus virtudes como y os conté en
Zaragoza no se rinde. Eso debieron
pensar los zaragozanos cuando decidieron enfrentarse a las poderosas tropas napoleónicas
careciendo de las más mínimas defensas abaluartadas para hacer frente al fuego
artillero. Un simple muro y las paredes de los conventos y casas les separarían
del más poderoso ejército de su época.
Antes de entrar a fondo en este magnífico
número de Desperta Ferro os hago una
recomendación musical para que la pongáis de fondo mientras leéis los pedazos artículos
sobre la capital aragonesa,
Los
Sitios de Zaragoza, fantasía descriptiva de Cristóbal Oudrid. La
extraordinaria resistencia de los zaragozanos se convirtió en un ejemplo para
toda España y en una rara avis de las guerras napoleónicas ya que fue una de
las pocas batallas de asedio de la época en una gran ciudad.
En “La Zaragoza de 1808” Herminio
Lafoz Rabazu nos da una visión de la ciudad en los días previos al
levantamiento del 24 de mayo y como fueron surgiendo las fuerzas que
defenderían la capital aragonesa. Veremos el papel de Palafox en la creación
del Ejército de Aragón a partir de los miñones, milicias provinciales, y el
reclutamiento universal de todos los hombres entre 18 y 40 años. Las distintas
compañías se agruparon en tercios, siendo cinco de estos últimos destinados a
la defensa de Zaragoza.
Al
poco tiempo del levantamiento un contingente de 4200 infantes, 950 jinetes
(entre los que estaban los míticos lanceros polacos de los que ya hablaremos) a
las ordenes de Charles Lefebvre-Desmouettes salió de Pamplona con el objetivo
de acabar rápidamente con los rebeldes. Palafox nombrado líder de la defensa
aunque carecía de experiencia en combate, lograría sacar el mayor partido
posible a los sencillos muros de la ciudad que resistieron el avance de los dos
aproches, líneas de trincheras que los zapadores galos construyeron durante un
mes. En “El primer sitio. Aproches
contra una ciudad abierta” veremos gracias a José Antonio Pérez Francés como
acontecieron estos combates que acabaron con la vida de 462 y supusieron una
derrota moral para los frances y un soplo de esperanza para los españoles.
Siempre
me viene a la mente la duda de como diferenciar a un fanático de un héroe y
para resolver esta duda en el caso de los sitios de Zaragoza es interesante ver
los testimonios de los enemigos. Gérard Dufour en “La resistencia a ojos de los militares del Ejercito Imperial” nos
muestra el sentimiento de admiración hacia los defensores de la ciudad mártir
que contribuyó, y mucho, a la visión romántica que se formó entonces de los
españoles en nuestro vecino del norte. Cientos de españoles de todas la
regiones acuden a la ciudad del Ebro para resistir el fuuto ataque, entre ellos
numerosos cadetes de la escuela de ingenieros que bajo las ordenenes de Antonio
Sangenís construyeron un parapeto delante de la muralla para facilitar el
movimiento y disparo de las tropas. En “El
segundo asedio. Extramuros, Vauban contra tapias” Francisco Escribano
Bernal nos describe como los cerca de 50.000 hombres del V Cuerpo del mariscal
Mortier se enfrentaron esta vez a los 32.000 soldados regulares que Palafozx
logró concentrar tras los muros. Mientras los zapadores franceses cada vez se
acercaban más a la guarnición de la ciudad, y poco a poco iban debilitando las
defensas con una serie de minas, distintos militares trataron de acudir en
auxilio de los hombres de Palafox como nos cuenta Luis Sorando Muzás en “Los intentos de romper el cerco”.
Aunque si algo define a esta batalla fueron lolis duros combates en las calles
y en los edificios donde se tardaban días en tomar una simple iglesia o un
monasterio, como nos mostrará Ramón Guirao Larrañaga en “El segundo sitio. El combate urbano”. El olor a carne
quemada y los chorros de sangre en cada calle y edificio dieron lugar a un
brote de tifus en la ciudad que unida al hambre y al fuego francés convirtió la
ciudad en un infierno como nos describe Ramón Guirao Larrañaga en “Hambre y Tifus, Vida en la Zaragoza
sitiada”.
Una
excelente oportunidad para descubrir uno de los episodios más heroicos de
resistencia de una ciudad frente a un ejército inmensamente superior. La victoria
fue tan difícil que sería descrita por un oficial francés como “¡Qué guerra!
¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado
a matar a tantos valientes o mejor a tantos furiosos! La victoria da pena”.
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HISTORIAS DE BHM OS PUEDEN INTERESAR:
“Los sitios de Zaragoza. Revista nº36 Desperta Ferro
Moderna” Reseña de Francisco García
Campa – Bellumartis Historia Militar
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