“LOS SITIOS DE ZARAGOZA”. Revista nª36 Desperta Ferro Moderna

“LOS SITIOS DE ZARAGOZA”. Revista nª36 Desperta Ferro Moderna
Como bien creían los espartanos una ciudad no precisa más murallas que la valentía de sus defensores o como sentenció Plutarco con sus virtudes como y os conté en Zaragoza no se rinde. Eso debieron pensar los zaragozanos cuando decidieron enfrentarse a las poderosas tropas napoleónicas careciendo de las más mínimas defensas abaluartadas para hacer frente al fuego artillero. Un simple muro y las paredes de los conventos y casas les separarían del más poderoso ejército de su época.

         Antes de entrar a fondo en este magnífico número de Desperta Ferro os hago una recomendación musical para que la pongáis de fondo mientras leéis los pedazos artículos sobre la capital aragonesa, Los Sitios de Zaragoza, fantasía descriptiva de Cristóbal Oudrid. La extraordinaria resistencia de los zaragozanos se convirtió en un ejemplo para toda España y en una rara avis de las guerras napoleónicas ya que fue una de las pocas batallas de asedio de la época en una gran ciudad.
“LOS SITIOS DE ZARAGOZA”. Revista nª36 Desperta Ferro Moderna         En “La Zaragoza de 1808” Herminio Lafoz Rabazu nos da una visión de la ciudad en los días previos al levantamiento del 24 de mayo y como fueron surgiendo las fuerzas que defenderían la capital aragonesa. Veremos el papel de Palafox en la creación del Ejército de Aragón a partir de los miñones, milicias provinciales, y el reclutamiento universal de todos los hombres entre 18 y 40 años. Las distintas compañías se agruparon en tercios, siendo cinco de estos últimos destinados a la defensa de Zaragoza.
         Al poco tiempo del levantamiento un contingente de 4200 infantes, 950 jinetes (entre los que estaban los míticos lanceros polacos de los que ya hablaremos) a las ordenes de Charles Lefebvre-Desmouettes salió de Pamplona con el objetivo de acabar rápidamente con los rebeldes. Palafox nombrado líder de la defensa aunque carecía de experiencia en combate, lograría sacar el mayor partido posible a los sencillos muros de la ciudad que resistieron el avance de los dos aproches, líneas de trincheras que los zapadores galos construyeron durante un mes. En “El primer sitio. Aproches contra una ciudad abierta” veremos gracias a José Antonio Pérez Francés como acontecieron estos combates que acabaron con la vida de 462 y supusieron una derrota moral para los frances y un soplo de esperanza para los españoles.
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         Siempre me viene a la mente la duda de como diferenciar a un fanático de un héroe y para resolver esta duda en el caso de los sitios de Zaragoza es interesante ver los testimonios de los enemigos. Gérard Dufour en “La resistencia a ojos de los militares del Ejercito Imperial” nos muestra el sentimiento de admiración hacia los defensores de la ciudad mártir que contribuyó, y mucho, a la visión romántica que se formó entonces de los españoles en nuestro vecino del norte. Cientos de españoles de todas la regiones acuden a la ciudad del Ebro para resistir el fuuto ataque, entre ellos numerosos cadetes de la escuela de ingenieros que bajo las ordenenes de Antonio Sangenís construyeron un parapeto delante de la muralla para facilitar el movimiento y disparo de las tropas. En “El segundo asedio. Extramuros, Vauban contra tapias” Francisco Escribano Bernal nos describe como los cerca de 50.000 hombres del V Cuerpo del mariscal Mortier se enfrentaron esta vez a los 32.000 soldados regulares que Palafozx logró concentrar tras los muros. Mientras los zapadores franceses cada vez se acercaban más a la guarnición de la ciudad, y poco a poco iban debilitando las defensas con una serie de minas, distintos militares trataron de acudir en auxilio de los hombres de Palafox como nos cuenta Luis Sorando Muzás en “Los intentos de romper el cerco”. Aunque si algo define a esta batalla fueron lolis duros combates en las calles y en los edificios donde se tardaban días en tomar una simple iglesia o un monasterio, como nos mostrará Ramón Guirao Larrañaga en “El segundo sitio. El combate urbano”. El olor a carne quemada y los chorros de sangre en cada calle y edificio dieron lugar a un brote de tifus en la ciudad que unida al hambre y al fuego francés convirtió la ciudad en un infierno como nos describe Ramón Guirao Larrañaga en “Hambre y Tifus, Vida en la Zaragoza sitiada”.
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         Una excelente oportunidad para descubrir uno de los episodios más heroicos de resistencia de una ciudad frente a un ejército inmensamente superior. La victoria fue tan difícil que sería descrita por un oficial francés como “¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes o mejor a tantos furiosos! La victoria da pena”.
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