Hace tiempo en BHM
seguimos los pasos de Jerónimo en el corazón de Sierra Madre y hoy Jorge Álvarez nos
trae la historia de otro gran guerrero chiricacua, Victorio.
Si
hablamos de un mestizo llamado Pedro Cedillo nacido en el estado
mexicano de Chihuahua lo más probable es que nadie sepa quién fue ni imagine
siquiera que forma parte destacada de la Historia de Norteamérica. Porque era
uno de esos niños raptados por los indios tras el asalto al rancho donde
vivía con sus padres (que murieron en la refriega) cuando apenas tenía seis
años y que, después de crecer con ellos, terminó convirtiéndose no sólo en un
miembro más de la tribu sino en su mismo jefe. Durante ese proceso adoptó un
nuevo nombre, Beduiat, que sus enemigos mexicanos transformaron en Victorio.
Y éste sí sonará un poco más porque fue líder indiscutible de los apaches
chihenne (mimbreños), una de las cuatro ramas de los chiricahuas.
Victorio, un
hombre grande y fuerte, de carácter sobrio (no bebía y sólo tuvo una esposa)
aunque con esporádicos arranques de furia, combatió al lado de los dos grandes
jefes de su tiempo: con Mangas Coloradas (otro chihenne) en 1855 y junto
al célebre Cochise (un chiricahua chokonen) en la trágica batalla de
Apache Pass. Luego se mantuvo al margen de las correrías iniciadas en 1872 por Jerónimo
(un chiricahua bedonkohe que, sin embargo, no era jefe en sentido estricto;
sólo un carismático guerrero que asumía esa función en acciones de guerra).
Jerónimo huyó con setecientos apaches para evitar el traslado decretado por
gobierno a la reserva de San Carlos (un lugar infernal que los indios
detestaban por sus deplorables condiciones), refugiándose en otra reserva que
sí era de su agrado, Ojo Caliente, en Nuevo México.
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No
exageraba; San Carlos estaba en medio del desierto y, por tanto, resultaba
inútil para la agricultura o la ganadería. El teniente Britton Davies también
dejó una desoladora imagen del lugar en 1882: “La lluvia era tan escasa que
parecía un fenómeno extraño cuando se producía. Casi continuamente, un viento
seco, cálido, cargado de polvo y arenisca, barría la llanura, despojando el
lugar de cualquier vestigio de vegetación. En verano, una temperatura de 43º se consideraba fresca. Durante todo el
año, las moscas, mosquitos y gusanos innumerables (…) pululaban a millones”.
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Como
se puede deducir por la descripción, las enfermedades se cebaban con ellos,
especialmente con la infancia y además se había mezclado en un mismo lugar a
grupos diferentes con sus rencillas, así que era cuestión de tiempo que los
indios dijeran basta. El 2 de septiembre de 1877 Victorio se evadió con los
suyos: trescientas diez personas entre hombres, mujeres y niños. Perdió a
muchos por el camino, ya que tras él salió un tropel de soldados, policías
indígenas y voluntarios, pero logró guiar a los demás hasta Ojo Caliente,
donde permanecieron un año engrosando su número con guerreros que se les iban
uniendo discretamente, llegando a sumar unos doscientos sesenta combatientes.
Su petición de quedarse allí en paz fue rechazada y entonces lanzaron una serie
de asaltos en localidades de Nuevo México, siempre en grupos pequeños y
dispersos.
No
obstante, Victorio prefería vivir en paz así que acabó entregándose en Fort
Stanton, donde estaban recluidos los apaches mescaleros. Tener que convivir
con ellos era un mal menor pero no resultó; el agente indio se negó a darles
comida y los mimbreños volvieron a fugarse airados, esta vez dispuestos a tomar
el sendero de la guerra. Así sería durante catorce meses que terminaron
trágicamente, como veremos.
Fort Stanton |
En
un golpe de mano tan osado como fulminante, Victorio regresó a Ojo Caliente,
robó sesenta y ocho caballos del ejército y huyó en dirección a México,
procurando evitar choques con las tropas enviadas a reducirlo. No obstante
libró varias escaramuzas y atacó los ranchos que encontró por el camino,
haciendo una carnicería con sus colonos porque eran mexicanos, quienes tenían
con los apaches una relación de odio ancestral: violaciones, torturas,
mutilaciones, asesinato de niños y otras barbaridades caracterizaron aquellas
incursiones. Durante el camino se le fueron uniendo más indios, de manera que
al final el grupo ascendió a más de cuatro centenares y medio de personas, si
bien sólo una quinta parte se podían considerar guerreros.
Claro
que también eran apaches (coyoteros y montaña blanca) los exploradores
del ejército que iban tras ellos y que constituían el mayor peligro por su
habilidad para seguirles el rastro, de ahí que Victorio les amenazara con
enviar una partida a San Carlos para matar a sus familias si no abandonaban la
persecución.
La
opinión pública se indignaba contra aquellos salvajes, mostrándose la prensa
brutalmente cruel y despiadada a la hora de proponer soluciones. El Arizona
Citizen, un periódico de Tucson, ciudad donde el odio contra las indios
era especialmente acentuado y de donde unos años antes había partido la turba
que provocó la masacre de aravaipas en Camp Grant, publicó en una
ocasión: “La guerra contra los apaches chiricahuas debe ser una guerra implacable,
inapelable y sistemática. Hay que masacrar a los hombres, a las mujeres y a los
niños, hasta que de cada valle y de cada montaña, da cada roca y de cada
guarida emane el fino incienso de los cadáveres putrefactos de los
chiricahuas”.
En
el otoño de 1879 los mimbreños cruzaron la frontera con México, librándose de
sus perseguidores. Ahora tocaba lidiar con los mexicanos, algo que empezó con
el audaz asalto a toda una ciudad, Carrizal. Pero en enero de 1880 los
apaches volvieron a pasar a EEUU para cumplir el utimátum de su jefe a los
exploradores indios y sus parientes en San Carlos. El encargado de esa misión
fue el hijo de Victorio, Washington, quien, sin embargo, se equivocó de
objetivo dentro de la reserva y acabó con familiares del grupo de Jerónimo.
Mientras, su padre siguió haciendo razias contra haciendas ayudado por el
veterano Nana. Se calcula que aquellos aproximadamente setenta y cinco
guerreros mataron a un millar de estadounidenses y mexicanos en catorce meses,
eludiendo a los cuatro mil hombres mandados a perseguirlos (EEUU y
México habían firmado un acuerdo de colaboración para cazar a Victorio,
autorizando a sus respectivas tropas a cruzar la frontera si estaban en plena
persecución de apaches).
Scouts apaches |
Por
supuesto, esa situación no podía durar. En primavera el grupo fue sorprendido
por un contingente de rastreadores apaches que les causó treinta bajas e
hirió a Victorio. En medio de la refriega, las aguerridas mujeres contestaron a
las peticiones del enemigo para que se entregasen con unas palabras tremendas: “¡Si
Victorio muere nos lo comeremos para que ningún hombre blanco pueda ver su
cadáver!”. Días más, ante una patrulla militar, hubo otros diez caídos,
entre ellos Washington; asimismo, desapareció su tía Lozen, inaudita
guerrera y visionaria, a la que se dio por muerta pero que en realidad no lo
estaba y sólo se había ausentado para proteger a una embarazada que no podía
mantener el ritmo. Su hermano, Victorio, dividió a los suyos en grupos para
dificultar su persecución y cada uno por su lado volvieron a México,
reuniéndose en Chihuahua.
Desmoralizados,
los mescaleros que les acompañaban manifestaron su deseo de rendirse y Victorio
tuvo uno de sus típicos accesos de cólera matando al jefe. Para
entonces, el gobernador mexicano de Chihuahua (quien curiosamente había
adquirido el rancho de donde fue raptado Victorio de niño) ya había organizado
un cuerpo mixto de soldados y voluntarios que sumaba trescientos cincuenta
hombres, a cuyo frente puso a su primo, el teniente coronel Joaquín Terrazas.
Este experto militar ya había combatido a los franceses en 1866 y era conocido
con el apodo de Azote de los apaches. Al recibir el mando despidió a
noventa de los voluntarios que no consideró verdaderamente útiles y con los
restantes, bien equipados con víveres y rifles Remington, auxiliados por indios
tahaumaras -enemigos de los chiricahuas por haber sufrido sus frecuentes
embates- más la promesa de dos mil pesos por la cabeza de Victorio, se puso en
marcha. Seguramente no imaginaba que en breve ascendería a coronel y se
convertiría en un héroe nacional.
Teniente Coronel Joaquín Terrazas |
Los
apaches hubieran podido evitar a los mexicanos con cierta facilidad
escondiéndose en la Sierra Madre, un auténtico santuario para ellos, con
prados, agua fresca, bosques… Pero estaban tan escasos de munición que
se veían obligados a deambular de un lugar a otro para proveerse de ella, así
que Victorio decidió dirigirse a Tres Castillos, un lugar del municipio
de Coyame, a unos ciento cincuenta kilómetros de la ciudad de Chichuahua, para
descansar antes de partir hacia la citada sierra, que los indios llamaban
Montañas Azules. Ignoraba que Terrazas le había localizado e iba a su encuentro
a marchas forzadas.
Finalmente
alcanzó a los indios y el choque se produjo el 15 de octubre en un terreno
llano y despejado, adverso para los apaches: en lugar de los farallones
de piedra donde solían atrincherarse para emboscar a sus enemigos sólo pudieron
tomar posiciones en un minúsculo promontorio pelado, parapetándose
precariamente tras pequeñas rocas. Era un mal sitio y lo sabían, por eso tras
un día de tiroteo se pasaron la noche entonando cantos fúnebres y, a la mañana
siguiente, se reanudó el combate, llegando incluso al cuerpo a cuerpo al
agotarse los cartuchos.
Prisioneros de la banda de Victorio |
El
informe de Terrazas dice que le causaron al enemigo setenta y ocho bajas
mortales y apresaron otros tantos (mujeres y niños que serían vendidos como
esclavos), sufriendo a cambio tres muertos y diez heridos. Los soldados arrancaron
las cabelleras de los cuerpos para cobrar su recompensa (doscientos
cincuenta pesos por cada una) y quemaron los restos mortales en una pira, razón
por la cual no se pudo saber luego cuáles correspondían a Victorio. Al parecer,
el responsable de abatirle de un disparo fue un tarahumara llamado Mauricio
Corredor, aunque los guerreros aseguraban que al quedarse sin balas se
había suicidado con su cuchillo.
Diecisiete
mimbreños que habían escapado la noche en busca de munición, entre ellos algunos
de renombre como Kaywaykla y el casi octogenario Nana, no
pudieron volver con ella al bloquearles el paso el lugarteniente de Terrazas,
el mayor Juan Mata Ortiz. Nana
reagrupó a los supervivientes, recogió a otros chiricahuas dispersos y,
como los principios indios exigían venganza (no per se sino para
restablecer el equilibrio de las cosas en sus concepciones cosmogónicas), se
dedicó a campar salvajemente durante siete meses, asaltando haciendas,
torturando y masacrando a los colonos, librando esporádicos enfrentamientos con
los soldados y robando caballos (una vez se adueñaron de una recua de mulas que
cargaban lingotes de plata; no pudieron aprovecharlos por miedo a que les
sorprendieran o a que los guerreros compraran alcohol).
Por
cierto, un mes después de la Batalla de Tres Castillos, una partida de apaches,
no se sabe si de ese grupo, cayó por sorpresa sobre una columna mexicana.
Cuando vieron que uno de los soldados montaba sobre la silla de Victorio
lo descuartizaron vivo. Asimismo, en 1882, el mayor Ortiz cayó en una emboscada
tendida por el célebre primo de Jerónimo, Juh, y fue quemado vivo. Cuatro años
más tarde Mauricio Corredor, el tarahumara que mató a Victorio, moriría a manos
de soldados mexicanos al ser confundido, ironías del destino, con un apache.
BIBLIOGRAFÍA:
BIBLIOGRAFÍA:
-
ROBERTS, David: Las Guerras Apaches. Cochise, Jerónimo y los últimos hombres libres.
-
BROWN, Dee: Enterrad mi corazón enWounded Knee.
-
CHAMBERLAIN, Kathleen: Victorio,apache warrior and chief.
-
MOSCONI, Patrick: El canto de la muerte por un dolorapache
-
GONZÁLEZ H, Carlos y LEÓN G, Luis: Civilizar o exterminar.Tarahumaras y apaches en Chihuahua, siglo XIX (Historia de los pueblosindígenas de México).
-
MORALES NATERA, Francisco Javier: Coyame es mi pueblo.
“La muerte de Victorio, el jefe de los apaches chiricahuas” Jorge Álvarez – Bellumartis Historia Militar
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