En
un lugar del Mediterráneo de cuyo nombre jamás me olvidaré, derramé mi sangre
por mi Rey y por Dios.
En el año del Señor de 1571, mi felicísima
majestad Felipe
II acudió en apoyo otra vez de la cristiandad. En respuesta al llamamiento
del Papa Pio V acudimos los verdaderos cristianos -los traidores franceses
prefirieron traicionar a la fe verdadera por sus intereses políticos- a unirnos
en La
Liga Santa.
El
tercio de Miguel de Moncada, en el que servía como infante, fue llamado a
embarcar en la sagrada flota que frenara el
avance del turco por tierras cristianas. El navío que la fortuna me asignó
fue la galera Marquesa que formaría parte del contingente comandado por Don
Juan de Austria “hijo del rayo de
la guerra Carlos V, de felice memoria”...
Alegoría de Lepanto. Pablo Veronese, Wikicommons |
Tras días de navegación oliendo la fétida
mezcla de heces y de sudor de la chusma, esos desventurados condenados, la mayoría a galeras por distintos crímenes junto con algunos berberiscos
capturados, llegamos a las cercanías de un pueblo en tierras helenas, llamado Nácpaktos
por sus vecinos y Lepanto
por nuestros aliados italianos.
En la noche comencé a sentirme
indispuesto, mareos y sudores me impedían descansar antes de que diera comienzo
“la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni
esperan ver los venideros”. Mis compañeros
de armas preocupados de lo que el futuro me pudiera deparar por mi estado de
salud, solicitaron al capitán Alonso de Carlos que me dejaran bajo la cubierta.
Nada más oír tal torpeza, me dirigí al capitán solicitándole el honor de luchar
porque “mejor era morir como buen soldado, en servicio de Dios y del Rey”.
El lugar
al que fui enviado era el esquife,
un puesto normal para un soldado bisoño como era yo con solo un año de armas. Los
más veteranos de la compañía situados en la proa para tomar al abordaje la
galera turca se dividían en dos fuerzas:
la de choque y la de reserva. Mientras los más bisoños permanecemos en batalla protegiendo nuestra
galera y hostigando al enemigo desde el fogón y el esquife.
Situados
en el interior del esquife, esa pequeña embarcación que usamos para acercarnos
a puerto, yo junto a un puñado de infantes protegemos el centro de la galera. Gracias
a nuestra elevada posición aprovechamos para lanzar piñas incendiarias a
los mahometanos mientras los mejores arcabuceros les disparaban sin pausa.
El esquife de Cervantes. Ricardo Sánchez, ABC |
Nuestra
galera situada en el flanco izquierda de la flota soportó los más duros
combates del día. A bordo de nuestro navío murieron más de 40 cristianos que
ganaron el cielo por tan duro sacrificio. La mayor parte de los caídos, entre
ellos el general Agustín Barbárico, cayeron en el cuerno izquierdo.
En plena
lucha de repente fui herido por los turcos con dos proyectiles en mi pecho y otro
en mi brazo izquierdo. Pese al dolor sentí felicidad en mi corazón al ver como la
nave capitana de Don Juan de Austria, La Real, abordaba La Sultana.
Tras duros combates a bordo de la galera turca, la cabeza
de Ali Pacha fue clavada en una
pica.
A esta dulce
sazón, yo, triste, estaba
con
la una mano de la espada asida,
y
sangre de la otra derramaba.
El
pecho mío, de profunda herida
sentía
llagado, y la siniestra mano
estaba
por mil partes ya rompida.
Pero
el contento fue tan soberano
qu’a
mi alma llegó, viendo vencido
el
crudo pueblo infiel por el cristiano,
que
no echaba de ver si estaba herido,
aunque
era tan mortal mi sentimiento,
que
a veces me quitó todo el sentido.
(Extraído
de la “Epístola a Mateo Vázquez”)
Espero os haya gustado este pequeño
homenaje al más grande de los escritores de la Historia. Pese a su brazo siniestro
inútil su otra mano, no solo blandió ágilmente la pluma en batallas quijotescas
sino también la espada, que tiene sobre su mesa en el magnífico cuadro del amigo
Antonio Navarro Menchón.
Fuentes y créditos fotográficos:
- - Cuadro de Cervantes. Antonio
Navarro Menchón
- - El esquife,
de Ricardo Sánchez en ABC
“El manco de Lepanto” Francisco García
Campa – Bellumartis Historia Militar
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