San Rocco in carcere confortato da un Angelo (1567)
Jacopo Robusto, Tintoretto (1518-1594) |
Hoy Ricardo Sánchez nos mostrara una
de las consecuencias de todas las batallas que casi nunca se menciona en los
libros, los prisioneros de guerra. Como era su vida y como se acababa su
cautiverio en la Época de los Tercios.
Durante los siglos XVI y
XVII, España se encontró de manera casi continúa en guerra contra algún
territorio europeo. Este carácter belicista, trajo consigo un gran número de
prisioneros tanto enemigos como propios. Por lo tanto, hubo que establecer un
plan para mantener y después intercambiar a los enemigos por los hombres
capturados...
Lo primero a señalar, es que convertirse en prisionero de guerra
no era algo deshonroso, sino todo lo
contrario; significaba que el soldado había combatido hasta el final sin
huir de su posición. Pero cada nación, tenía su propia medida de lo que se
consideraba una rendición honrosa. Por ejemplo, si una plaza se encontraba mal
defendida con una pequeña guarnición y era asediada por unas fuerzas
superiores, para los franceses era suficiente con resistir un mínimo para
salvar el honor militar. No obstante, para los españoles era imperativo
resistir hasta que la fortificación tuviese una importante brecha, o hasta que
la escasez de municiones, agua u hombres hiciese imposible la defensa. Una
rendición prematura solía costar la cabeza al comandante de la plaza. Esta idea
de honor, podía significar que el comandante español realizase una fanática
resistencia de su plaza, lo que traía consecuencias frente al enemigo, ya que
los franceses solían ahorcar desde las murallas al comandante español como
represalia.
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Tras la firma de la
rendición, y según las condiciones establecidas, los defensores eran tomados
como prisioneros o si habían combatido con honor, el ejército sitiador les
realizaba un pasillo de honor y los escoltaba hasta una plaza amiga,
haciéndoles jurar que no participarían en el resto de la campaña. Si la plaza
era tomada por asalto, los defensores quedaban al albur del enemigo, esto
significaba que los soldados rasos probablemente fuesen asesinados, mientras
que los oficiales eran capturados para reclamar luego un rescate por ellos.
En campo abierto era
donde más prisioneros podían hacerse, ya que cuando el enemigo rompía la
formación y comenzaba a huir, la caballería se lanzaba tras ellos en una
persecución intensa, que solo finalizaba al anochecer o con el agotamiento de
hombres y caballos.
Una vez convertidos en
prisioneros de guerra, la vida se tornaba aun más dura. Los cautivos eran
desarmados y desnudados para llevarlos tierra adentro y ponerlos bajo las
órdenes de las autoridades civiles. Ellos los empleaban en trabajos estatales o
en los campos; sin embargo las peores condiciones eran para aquellos destinados
a galeras. Los más maltratados, eran los españoles que caían en manos de los
holandeses, a los cuales apenas alimentaban y vestían, por lo que era muy común
la muerte por hambre y frío.
Las miserias de la guerra de Jacques Callot 1633 |
En un documento
conservado en el Archivo de Simancas,
tenemos información sobre como los españoles alimentaban a los prisioneros con:
“libra y media de pan, quartillo y medio de vino y quarteron de queso”. Pero las autoridades civiles por norma general
ahorraban bastante en el cuidado de estos hombres, haciendo que las condiciones
del cautiverio fuesen muy penosas y la supervivencia se convertía en una suma
de fuerza de voluntad, con la caridad de terceras personas.
Ante este panorama, la
huida era algo frecuente entre los prisioneros, ya que poco tenían que perder.
Esta fue quizá la forma más popular entre los españoles de conseguir la
libertad. Nuestro escritor más famoso -Miguel de Cervantes- nos cuenta que él
mismo organizó e intentó su huida de Argel en cuatro ocasiones.
Las formas de conseguir la libertad eran tres: el canje oficial de prisioneros, organizado entre los dos combatientes
– era el método más común-, el pago de
un rescate o rançon por parte de la familia del reo, el
propio estado o alguna orden religiosa -Cervantes fue liberado gracias a los
padres trinitarios que pagaron su rescate en 1580-. Por último, la tercera
forma, como ya mencionamos era la fuga.
Esto sin embargo conllevaba un riesgo, porque el soldado se veía obligado a
recorrer largas distancias en territorio enemigo y cualquier ciudadano podía
matarlo con tranquilidad o detenerlo nuevamente y ser enviado a galeras.
Un caso del que
conservamos documentación, es el del capitán Joseph de Aguirre, que fue hecho
prisionero en tres ocasiones. La primera
fue en 1639, abordo del galeón “Santa Teresa” que formaba parte de la
escuadra del almirante Antonio de Oquendo. El “Santa Teresa” hizo una dura
resistencia, obligando a los holandeses a quemarlo con cinco brulotes debido a
que no eran capaces de abordarlo. Los supervivientes saltaron al agua y fueron
capturados, para ser llevados a Holanda hasta 1641. La segunda vez fue en la
batalla de Rocroy en 1643, donde como parte del tercio de Jorge Castellví fue
hecho prisionero por los franceses. Esta vez, Joseph de Aguirré consiguió
escapar. La última vez que fue capturado, fue en la batalla de Lens en 1648.
Esta vez fue liberado por el pago de un rescate, por lo curiosamente consiguió
la libertad a través de las tres formas posibles.
Una vez libres, los hombres eran reincorporados al ejército lo antes
posible, ya que la corona siempre estaba necesitada de hombres veteranos. Casi
nunca eran recibidos con honores, solamente los prisioneros “ilustres”, ni
ascendidos, exceptuando aquellos que correspondían por antigüedad. Tampoco
recibían compensaciones económicas por sus heridas o discapacidades.
Una de las batallas sobre la que mejor conocemos la suerte
que sufrieron los prisioneros, es la batalla de Rocroy, donde una importante parte del ejército español fue hecha prisionera
por los franceses. La lista de prisioneros se conserva en el castillo de
Vincennes. La documentación conservada nos cuenta que fueron separados por
naciones y por graduación, y llevados a diferentes zonas del interior de
Francia.
Ambos países ya estaban
en conversaciones sobre prisioneros, ya que Francia deseaba recuperar a los
hombres perdidos en 1642 en Honnencourt.
Sin embargo ahora tenía una gran baza sobre la mesa, ya que España era la más
interesada, porque andaba necesitada de tropas, especialmente de soldados
españoles veteranos, considerados el nervio de sus ejércitos.
Castillo de Vincennes. En su archivo se guarda la lista de prisioneros de Rocroy CJ DUB |
Francia, sabedora de la
importancia de los soldados españoles, intentaba retrasar la vuelta de los
prisioneros de Rocroy, pero su derrota en Tuttlingen y la pérdida de la plaza
de Rothweil, compensó la balanza española. Sin embargo, los primeros soldados
que liberaba Francia en los canjes pertenecían a otras nacionalidades, como los
valones y alemanes. Hubo que realizar muchas negociaciones y encuentros entre
los dirigentes de ambos países para que comenzasen a llegar los hombres de
Rocroy.
Sabemos que en 1661, 18
años después de la batalla, aún quedaban cerca de 150 prisioneros que habían
participado en el combate. Demostrando que los soldados españoles hechos
prisioneros, eran de gran valor para Francia y que pondría todas las trabas
posibles para poder devolverlos su país.
“Los prisioneros de guerra durante los
siglos XVI y XVII” Ricardo Sánchez Calvo – Bellumartis Historia Militar
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